viernes, 20 de noviembre de 2009

XXVII

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ARTES DE COMBATE:
LO QUE VA DE AYER A HOY
Una noche, cenábamos en un
restaurante de Buenos Aires
con mi mujer y unos amigos suyos
de la Universidad.
Profesionales ambos,
Licenciada en Ciencias de la Educación y psicólogo.

En un momento,
ella preguntó acerca de mi trabajo.
Dije: "Periodista".
Quisieron saber más.
"Soy Director Editorial de una revista especializada
en Artes Marciales Tradicionales y Modernas", agregué.

Puedo todavía recordar su reacción
de indisimulado asombro.
Gente culta, era incomprensible para ellos
que alguien a quien también
valoraban como tal,
pudiera dedicarse a "eso".

Se entiende. El común de la gente suele conocer
de las Artes de Combate,
principalmente lo que difunden el cine,
los video juegos y los juegos para computadora.
Nada de su verdadera tradición y espíritu.

La difusión masiva de las Artes de Combate orientales
en occidente desde la posguerra -1945-,
tuvo innegablemente muchos aspectos positivos
que deben ser justamente valorados.
Pero no menos cierto es que paralelamente
fueron perdiendo, al menos en parte, muchos de sus
contenidos y postulados originales.
Hasta cierto punto, era de esperar.
No era igual difundirlas en su lugar de origen,
donde las practicaban aquéllos
que las habían visto nacer y desarrollarse,
y podían entender con un simple gesto o movimiento,
que llevarlas a todo el mundo
para que fueran practicadas
por pueblos con una cultura escasamente afín a éstas.
A las dificultades de orden cultural,
se sumaba además la insuficiencia de
recursos humanos idóneos como
para hacer frente a toda la demanda.

Merece ser destacado que,
las Artes de Combate orientales,
fueron inicialmente difundidas en Occidente
entre pueblos que,
o bien tenían una tradición cultural propia de siglos,
como los europeos,
o bien se consideraban a sí mismos el centro del universo,
como los norteamericanos.
Ambos, europeos y estadounidenses,
venían de derrotar militarmente al Japón
en la Gran Guerra
(las Artes de Combate japonesas fueron
las primeras en difundirse a gran escala en Occidente)
¿Qué podían aportar los vencidos
a su rica tradición espiritual?,
se preguntaban quienes,
circunstancialmente junto a Stalin –ese siniestro oso ruso-,
se habían convertido en los nuevos amos del mundo.

Inicialmente, los militares que integraban las fuerzas de ocupación,
dudaban de la utilidad que las Artes de Combate orientales
podían tener para la defensa personal y la formación del soldado.


No obstante, algunos significativos incidentes
que tuvieron como protagonistas
a elementos de la fuerza de ocupación,
y a ciudadanos japoneses, como asimismo,
descubrimientos que la inteligencia militar aliada
fue haciendo de las distintas Bugei (Artes Marciales)
convencieron a las autoridades norteamericanas
de la necesidad de profundizar en
el conocimiento de esas Artes de Combate.

Muchos de los primeros difusores en Occidente
de las Artes de Combate orientales,
fueron aquellos militares -de todas las jerarquías- que,
de regreso a su patria,
transmitieron los conocimientos
que habían adquirido
durante su destino militar en Oriente,
particularmente en Japón (incluida por supuesto Okinawa),
pero también China, Corea, Tailandia, Filipinas,
entre otros países.

Poco después, fueron radicándose en Europa y América del Norte
los primeros maestros orientales,
quienes habrían de convertirse en los pioneros
de las distintas disciplinas marciales.
Para ellos, la barrera idiomática fue un primer e insalvable obstáculo,
nunca del todo superado.
Si en sus lugares de origen,
bastaba con mostrar el Arte y hablar sólo lo estrictamente necesario,
de este lado del planeta,
la cuestión era infinitamente más complicada.
Especialmente, porque a decir de Nakayama Sensei:
"Los americanos y europeos no dejaban nunca de preguntar.
¿Por qué esto? ¿Por qué aquello?
¿Por qué pongo el puño así y no de esta otra forma?
Cuestionaban todo".

¿Y en América Latina?
¿Cómo fueron introducidas las Artes de Combate?
Una historia detallada está aún por escribirse.
Sí sabemos, que los primeros Maestros orientales
llegaban escapando de la inminente guerra,
o posteriormente, de sus tremendos efectos.
La reconstrucción del Japón,
efectivamente instrumentada por Estados Unidos,
no fue por eso menos traumática
y muchos ciudadanos nipones optaron por emigrar.

A diferencia de Europa y Estados Unidos,
donde encontraron pueblos asumidos como protagonistas
o líderes mundiales,
en nuestras tierras conocieron un pueblo en general dócil
-y aun con excepciones-,
más acostumbrado a someterse,
que a sostener su propia identidad ante extranjeros.

A pesar de sus antecedentes históricos y culturales,
América Latina rara vez mostró coherencia interna;
más bien se presentó hacia afuera
como una dispar convivencia de voluntades y espíritus.
Esta debilidad muchas veces se expresa en su gente
y suele ser fácilmente percibida desde el exterior,
como una invitación al avasallamiento.

Si en Europa y Estados Unidos,
los Maestros orientales se encontraron haciendo frente
a personas y cuestiones conflictivas,
en América Latina en cambio,
fueron casi indiscriminadamente reverenciados.
Muchos de los primeros Maestros orientales
que difundieron las distintas disciplinas,
eran indudablemente buenas personas,
moralmente honestos y técnicamente idóneos.
Algunos de ellos, eran además, verdaderamente sabios.
Pero los había también sumamente limitados.

Según esas diferentes cualidades personales,
se dirigieron a sus alumnos,
los naturales de la tierra,
o con sincera humildad y genuina vocación docente,
o con un autoritarismo y verticalidad incuestionables,
muy propios de mentalidades débiles.
La elemental excusa de las dificultades idiomáticas,
no puede aplicarse en estos casos para justificarlos.

"Shun Matsubara,
uno de los Maestros japoneses
pioneros del Judo en Argentina,
era vecino de Villa Celina.
Hombre valorado
-también por su serena y respetuosa personalidad-
lo era especialmente por su real condición
de Maestro del Budo,
esa combinación de sabiduría y fortaleza física y mental
que puede percibirse por pura presencia, mas allá de las palabras.

Nosotros éramos por entonces jóvenes revoltosos que,
de acuerdo a los códigos en uso, funcionábamos en "barra".
Barrio de monobloques con grandes espacios libres
en su planta baja,
solíamos juntarnos allí a jugar fútbol y disfrutar
de todas las actividades propias de
cualquier "horda adolescente"
Muchas veces,
las -ahora entiendo que justificadas-
quejas de los vecinos se hacían sentir.
Éramos realmente insoportables,
pero en el único sentido de molestos,
sólo en ese.
Principalmente porque en las noches de verano,
cuando estábamos de vacaciones por el receso escolar,
permanecíamos reunidos allí durante la madrugada.
Y el barrio, claro está, no dormía.
A cada monobloque se podía acceder
por cuatro entradas diferentes dispuestas en línea
y separadas entre sí unos 20 metros.
El Maestro vivía en la segunda.
Nosotros parábamos indistintamente
en cualquiera de las otras tres.
Nunca lo hicimos debajo de la línea de ventanas
que llegaba hasta su departamento.
No por temor.
Ni siquiera era algo
conversado entre nosotros.
Creo que simplemente todos intuíamos
que molestarlo, era ofender a un hombre insigne.
Lo respetábamos instintivamente,
con total naturalidad.
Lo sentíamos especial,
portador de una autoridad
que emanaba del mérito.
Ese hombre
-como muchos de sus connacionales-
de pequeña talla física;
referente de una cultura exótica
y una tradición marcial escasamente difundida,
sin palabras, solo siendo sabio y fuerte, educaba"
Durante los primeros años,
aquellos Maestros que de verdad lo eran,
se ocuparon de difundir las Artes de Combate,
haciendo frente a todas las dificultades,
principalmente las de orden cultural e idiomático,
pero también las económicas.
Casi siempre contaron con la entusiasta colaboración
de sus primeros alumnos/discípulos,
quienes luego se convertirían en la
primera "horneada" autóctona de instructores.
En general, la práctica asentaba principalmente
en la técnica (su repetición hasta el infinito),
como un método para alcanzar
la perfección y la resistencia física y mental.
El entrenamiento era ciertamente duro;
muchas veces hasta el límite de lo humano.
Salvo en el Judo, el criterio deportivo no existía.
Se trabajaba para convertir el cuerpo en un arma.
Paralelamente eran asimiladas
-principalmente copiando y repitiendo-
nociones elementales de cultura oriental,
particularmente aquellas referidas
a la etiqueta en el dojo.
Esta situación se mantuvo casi inalterada
durante décadas.
Con los años, comenzaron a disputarse los primeros torneos,
utilizando reglamentaciones particulares
para cada disciplina,
aunque todas intentaban preservar la pureza técnica,
y limitar la variedad de las mismas
a aquéllas cuya ejecución fuera compatible
con un estricto autocontrol.
Lentamente, más y más adeptos se fueron incorporando
a la práctica de las distintas Artes de Combate.
Y por supuesto, algunas
se extendieron más rápidamente que otras.

Hasta aquí las Artes de Combate bien podían ser consideradas
como sistemas de educación psicofísica,
basados en la práctica constante de contundentes
(a veces letales) técnicas de autodefensa
con o sin armas.
En algunos casos, eran también disciplinas
formativas de una personalidad ética.

En algún momento de su difusión,
las Artes de Combate
mundialmente consideradas,
"explotaron".
De pronto, mucha gente
comenzó a interesarse en ellas.
Los medios se hicieron eco de ese interés
y lo devolvieron multiplicado y especialmente desvirtuado,
en revistas, libros, TV, cine;
más tarde, en videos, video juegos,
juegos para computadora, a través de los cuales
se instrumentó un negocio planetario.
Claro que el interés de la gente existía.
Nadie puede inventar,
mucho menos sostener en el tiempo,
semejante iniciativa.
Pero enfrentados a un crecimiento legítimo de
las escuelas y artes tradicionales,
como resultado del verdadero interés
de muchos por practicar,
de la noche a la mañana surgieron
"calificados Maestros",
graduaciones insólitas,
nuevas "Artes Marciales"...

Se generalizó a través de los medios
una difusión que desvirtuaba hasta lo patético
los fundamentos de las distintas Artes de Combate orientales.

Progresivamente, muchos -no todos- entre aquéllos
que se habían acercado a practicarlas
iniciando una búsqueda personal,
un camino de vida,
se fueron decepcionando y las abandonaron.

No obstante, consideradas en términos estrictamente cuantitativos,
las distintas especialidades fueron creciendo,
sumando más y más adeptos a sus filas
en todo el mundo, hasta ser millones.

Los medios siguieron siendo
muy importantes, a estos efectos.

Aunque muchas escuelas y artes tradicionales
continuaron fieles a sus orígenes
(no me refiero aquí a la técnica sino al Do,
a mantenerse como verdaderas "escuelas de vida"),
aun dentro de las mismas
se produjeron divisiones,
aunque muchas veces utilizaron los mismos nombres
con algún agregado,
o se crearon estilos "libres"
y nuevas disciplinas.

Básicamente, todos se proponían difundir de forma masiva,
aprovechando el creciente interés de la gente
en las Artes de Combate,
su propio o ya impuesto sistema,
a veces efectivo para la defensa personal,
otras veces no tanto.
Casi siempre teniendo la competencia deportiva
como el principal, si no excluyente objetivo,
y manteniendo, al menos en principio,
la indumentaria y especialmente,
el sistema de graduaciones,
propios de las disciplinas tradicionales.

En síntesis, las Artes de Combate orientales
vivieron una suerte de "aggiornamiento",
una adecuación a lo que la mayoría
de sus referentes consideraron
que era la demanda del momento.
Muchos de ellos impulsaron estos cambios
genuinamente convencidos,
con total honestidad.
Hubo también quienes los acompañaron
por simple ignorancia,
porque "todos iban para allá".
Y hubo finalmente quienes vislumbraron
en el futuro inmediato un negocio comercial
de verdaderas proporciones.

Desde entonces, el común de la gente pasó a identificar
a las Artes de Combate orientales
con estos sistemas y modalidad de enseñanza,
a tal punto que la mayoría de los padres
que son consultados respecto de las motivaciones
por las cuales envían a sus hijos a entrenar,
generalmente responden:
"Para que sepa defenderse y aprenda disciplina".

Producto de la inseguridad reinante,
la preocupación de los padres porque sus hijos
aprendan a defenderse, aparece como prioritaria.

Producto de la propia confusión existencial
de los padres, respecto de lo que significa educar,
la preocupación por disciplinarlos
(en realidad, domesticarlos)
se torna para ellos urgente,
mas bien desesperante.

Pero las Artes de Combate,
son sistemas que van mucho más allá
de la mera autodefensa y el amansamiento de los sujetos.
Requieren ineludiblemente de una práctica efectiva,
podríamos llamarla contundente.
Pero esencialmente, las artes de combate
son o deberían ser "Escuelas de Vida",
espacios de autoconocimiento,
afirmación de la personalidad
y construcción de aquellos valores humanos universales
que hacen la formación de
personas honestas, y ciudadanos responsables
y atentos a las necesidades del prójimo.
Es responsabilidad de quienes las practicamos
y difundimos idónea, honesta y profesionalmente,
contribuir a posicionarlas nuevamente,
en el lugar que deben genuinamente ocupar.