domingo, 28 de marzo de 2010

XXXII

STEVE ARNEIL:
POR LA SENDA DE MAS OYAMA


Kyokushin es el estilo de karate japonés
sistematizado por el ya legendario Mas Oyama.

Dueño de una concepción personal sobre la práctica de las artes marciales,
supo amalgamar en un todo único
el deporte espectáculo con la eficacia absoluta,
sin desmedro de la experiencia Zen,
imprescindible en la formación integral del moderno budoka.

Famoso por su técnica y potencia letales,
a punto tal de matar un toro utilizando sólo sus puños,
supo también construir una de las más
grandes organizaciones del karate mundial.

Sus discípulos, poseedores de una fama que los ubica
entre los mejores peleadores del mundo,
supieron acompañar al Maestro en la organización institucional del estilo:
La Organización Internacional de Karate.
Entre ellos, Hanshi Steve Arneil, 8º Dan,
quien llegó en marzo de 2000 a Buenos Aires
para dictar un seminario de Karate Kyokushin,
abierto y para todos los niveles.
Durante su estadía, el Maestro accedió a conversar con EL TRAINER.

E.T.: ¿Cómo se inicia en la práctica de kyokushin con Sosai Oyama?

H.S.A.: Me inicié en kyokushin porque se dieron algunas coincidencias.
Viajaba por extremo oriente y al llegar a Japón, conocí a Mas Oyama.
Siendo muy joven empecé boxeando, pero mi madre, que era médica,
no estaba conforme con que recibiera golpes,
particularmente en la cabeza.
Dejé el boxeo y empecé a practicar Judo.
Vivía entonces en Rhodesia del Norte, Africa central,
y quien me enseñaba Judo tenía un comercio.
Yo lo espiaba escondido entre los árboles,
mientras él practicaba en los fondos del negocio.
Estaba fascinado, aunque ignoraba qué era lo que practicaba.
Le estudiaba todos los movimientos.
Él sabía que yo lo observaba y un día me llamó; me preguntó porqué lo espiaba.
¨No sé¨ le dije. ¨Usted hace cosas raras que no alcanzo a comprender¨.
Entonces me propuso enseñarme.
Acepté de inmediato.
Cuando le pregunté qué era lo que estaba practicando,
me respondió: ¨una forma de lucha y de disciplina. Es como una religión.¨
Era Shorinji Kempo.
Así comencé.
Entrené con este instructor chino durante algún tiempo.
Pero me enseñaba movimientos sueltos,
sin ninguna sistematización.
Después fui encontrando gente que había hecho otros estilos de karate.
Además practiqué rugby paralelamente a las artes marciales.
Cuando terminé mi carrera universitaria a los veinticinco años aproximadamente,
viajé a Sudafrica, a la ciudad de Durban,
que es una zona costera del océano índico.
En ese momento, muchos japoneses emigraban a Brasil,
y los barcos que los transportaban,
hacían escala en el puerto de esa ciudad.
Yo subía a los barcos y preguntaba a los tripulantes si alguno practicaba karate.
Así pude practicar varios estilos:
Goju Ryu, Shotokan, Wado Ryu y satisfacer en parte mis inquietudes.
Cuando volví a Rhodesia del Norte hablé con el instructor chino.
Le dije que había aprendido muchas cosas con él y en mi viaje,
pero que estaba buscando otra cosa.
Algo más integral, sistemático, metódico.
Y que, como parte de esa búsqueda, pensaba viajar a China.
Lo hablé también con mi madre y me respondió que estaba loco,
que iban a ¨comerme crudo¨ en China.
Pero yo sentí que debía hacer ese viaje.
Volví a Durban y conseguí trabajo en un barco chino,
valiéndome de mi título de ingeniero mecánico.
Empecé el recorrido hacia Mombasa y luego hacia la India.
Después Hong Kong. Desde allí a Manchuria.
Encontré el templo de Shorinji Kempo del que me había
hablado mi instructor chino.
Los monjes me aceptaron y permanecí con ellos.
Fue una experiencia fantástica, interesante.
Y fue la primera vez que vi combate muy fuerte.
El Shorinji Kempo es sumamente fuerte.
China estaba muy convulsionada políticamente
y era disposición del gobierno que todos los extranjeros abandonaran el país.
Los monjes me acompañaron hasta la frontera,
resguardando mi seguridad.
Volví a Hong Kong, donde seguí practicando.
Viaje luego a Filipinas.
Allí aprendí las artes marciales locales.
Y el uso del cuchillo principalmente,
con el que son muy buenos.
Pasé a Malasia, luego a Corea.
Practiqué la forma coreana de defensa personal
que todavía no era Taekwondo.
En China, considerando mi personalidad,
me habían sugerido que me sentiría cómodo practicando
con una persona que vivía en Japón.
Entonces escuché por primera vez el nombre de Oyama.
Viajé a Japón pero empecé nuevamente Judo en el Kodokan.
También practiqué Shotokan.
Wado Ryu con Otsuka, Goju Ryu con Yamaguchi.
Pero nada me convencía completamente.
Tenía muchos problemas con el idioma,
ya que había muy pocos extranjeros en Japón,
en ese momento.
Uno de ellos era Don Draeger,
coronel retirado de la Armada norteamericana.
Un artista marcial muy bueno y muy famoso.
Hablé entonces con él y le dije que buscaba a un hombre llamado Oyama,
quién, tenía referencias, era un karateca muy fuerte.
Me dijo que entrenaba con él.
También me advirtió que debía ser prudente,
que era un Dojo muy especial.
¨No basta con que quieras acercarte a ellos.
Son ellos quienes deben aceptarte.¨
Decidí ir igual y le pedí que me llevara.
En esos días Oyama estaba en América,
promoviendo el kyokushin.
Peleaba contra boxeadores, luchadores, etc.
Y tenía bastante repercusión entre la gente.
En ese momento, Sensei Kurasaki estaba al frente del Dojo.
Le dije que quería aprender karate y me contestó que no.
Que me sentara a un costado a mirar la clase.
Le dijeron a Donn Draeger que yo debía ir todos los días,
quedarme y observar sentado,
hasta que volviera Oyama.
Pregunté que pasaba si Oyama tardaba un año en volver.
¨Entonces esperarás un año¨ me respondieron.
Si faltaba a una de las clases no volvería más.
Fui todos los días.
Lo único que hacía era mirar. Nadie me hablaba.
Eran personas diferentes, muy educadas. Mucha cortesía.
Lo que no significa debilidad.
Había mucho respeto en el Dojo.
Se percibía algo especial en sus movimientos.
Yo me quejaba con Draeger: ¨hace un mes que espero¨.
Me respondían: ¨ese es tu problema. Ya sabes cuales son las reglas¨
Un mes y medio después llegó Oyama.
Era joven y de contextura muy fuerte.
Todo el mundo lo llamaba Sensei.
Nos miramos cuando pasó a mi lado,
pero siguió caminando sin dirigirme la palabra.
Luego de la clase,
con Draeger como traductor,
me hizo muchas preguntas:
cómo lo conocía, qué era lo que buscaba allí.
Le reportaron a Oyama que había estado mirando las clases.
Le detallaron el recorrido que había hecho por oriente.
El respondió que toda esa experiencia previa estaba bien,
pero que a partir de ese momento la olvidara;
lo que había aprendido me serviría,
pero en el futuro.
Ahora debía empezar de cero.
Me recordó las reglas de conducta y
me autorizó a empezar al día siguiente.
Al despedirme me llamó ¨kohai¨.
Es el rango inferior. ¨Soldado raso¨.
Todos los cinturones blancos llegábamos dos horas antes
para limpiar el piso y los baños, ordenar el templo.
En ese momento no había inodoros, eran retretes.
También debíamos mantener limpios los Gi de los Sempai.
Cuando ellos llegaran,
tenían que estar perfectamente limpios,
planchados y colgados en su lugar.
Nadie sabría quién había hecho el trabajo.
Hacerlo, era responsabilidad de todos los kohai.
Y si algo estaba mal,
era culpa de todos los kohai.
De esta forma fue que conocí a Sosai.

E.T.: ¿Qué lo decidió por Kyokushin?
H.S.A.:
La diferencia estaba en lo extremadamente estricto.
En la conducta y en la técnica.
También sucedía que muchos estilos querían unirme inmediatamente.
Aquí era al revés.
Ellos debían aceptarme a mí.
Era como un desafío personal.
No significaba que otros estilos fueran malos.
En cierta forma,
estaba relacionado con lo que yo había aprendido antes.
En ese momento desconocía por completo qué era Kyokushinkai.
Kyokushin es el estilo.
Kyokushinkai es la organización.
En ese momento, para mí, era simplemente Oyama.
E.T.: ¿Para esa época, kyokushin era un estilo definido o en formación?
H.S.A.:
Todavía estaba en una etapa de desarrollo.

Oyama sabía perfectamente lo que quería,
pero aún estaba desarrollándolo.

Piense que quienes estábamos allí en esos tiempos
éramos la primera generación de discípulos.

Oyama había entrenado previamente otros estilos
con distintos maestros, entre ellos, Funakoshi y Yamaguchi.

Pude incluso, ver entrenamientos entre Oyama y Yamaguchi.

En ese momento, recién empezaban a dividirse los caminos.

El estilo estaba en desarrollo.

Sosai Oyama estaba creando un karate
mucho más fuerte y estrictamente técnico.

Él era sumamente perfeccionista.

En general, el resto de los estilos concentraban sus esfuerzos
en difundir el karate en las universidades,
priorizando el aspecto deportivo.

Oyama era coreano.

Recibía influencias de distintos orígenes,
pero ejercía un control estricto.

Debíamos hacer lo que él nos decía.

No te preguntaba lo que pensabas.

Cualquier cosa que dijera había que hacerla.

Ni preguntas ni discusiones. Esas eran las reglas.

Y con ese criterio lo desarrolló.

Por ejemplo, podemos apreciar la influencia china
en que llamamos Pinam a los kata de esa línea.

Mientras que los japoneses los llaman Heian.

Pinam es una palabra china y Heian es una palabra japonesa.

También en la utilización de movimentos circulares.

Trabajamos mucho en círculo.

Otros estilos japoneses trabajan más los movimientos rectos.

Sosai consideraba que el círculo es absolutamente impenetrable.

El ventilador nos sirve de ejemplo.

Si va lento y pones un dedo, lo atraviesas.

Pero si gira rápido no hay forma de entrar.

Aplicado a Karate, si alguien se acerca no podrá tocarte.

La misma influencia vemos en Tensho,
cuyo origen chino se aprecia en sus movimientos.

También en Sanchín.

Ésta proviene del Goju okinawense y previamente de China.

Nuestro Sanchín se caracteriza por la postura de los pies,
por ser básicamente triángulos y puntos geométricos.

El de Goju es un pie derecho y otro a cuarenta y cinco grados.

No se trata de cual está bien y cual está mal.

Importa que se haga correctamente y fuerte para que funcione.

En nuestra kata Sanchín los puños están cerrados
pero no hay motivo que impida hacerla con manos abiertas,
como en Uechi Ryu.

En Sanchín, ejercitamos completamente los principios del Ibuki.
Nuestros katas tienen básicamente
los mismos movimientos que los de Shotokan y Goju Ryu.

La diferencia está en que nosotros trabajamos mucho
en movimientos circulares y caminamos recto.

Otros estilos caminan haciendo la media luna.

Y en otra kata específico, Seichín, cuando hacemos kiba dachi.

E.T.: ¿La forma de kumite deportivo que conocemos actualmente,
es la misma que se practicó en los comienzos,
o entonces se permitía el puño a la cara?
H.S.A.:
Al principio no estaba desarrollado el kumite deportivo.

Era Budo. Por eso cada vez que tenías que pelear en el Dojo,
era una pelea por tu vida.

Se podía golpear a la cara, a los genitales.

A consecuencia de esta modalidad, tengo el tabique roto.

Podíamos pegar de verdad y la idea era poner K.O. al oponente.

De esta forma peleamos hasta 1963.

Entonces sucedió que Bangkok desafió a Japón.

Ellos decían que los japoneses hablaban demasiado,
se iban en palabras.

Preguntaron qué grupo japonés aceptaba pelear con ellos,
con sus reglas.

Otros estilos se negaron:
Shotokan, Goju Ryu, Wado Ryu... nadie quería pelear.

Sosai preguntó si nosotros queríamos.
Todos dijimos que sí y él seleccionó a seis, a mi entre ellos.

No conocíamos las reglas pero estábamos acostumbrados a combatir.

La idea era noquear al oponente.

Los boxeadores thai nos decían que no podíamos golpear con mano desnuda,
y que debíamos usar guantes.

A desgano aceptamos utilizarlos y empezamos a entrenar.

Tadashi Nakamura y Fushi Hira fueron los dos que finalmente viajaron.

Los despedimos deseándoles lo mejor.

Poco sabíamos sobre lo que encontrarían allí.

No existían los videos.

Conocíamos que se peleaba sobre un ring,
que muchas técnicas eran similares a las nuestras.

Empezaron a llegar noticias. Decían que Tadashi Nakamura noqueó a todos.

Que Fushi Hiro también.

Los tailandeses estaban enojados porque el compromiso
había sido enviar tres luchadores.

Entonces Kurasaki que era el coach
y aunque era buen peleador
no había entrenado para este compromiso,
decidió pelear.

Sacó al primero sin problemas pero
el segundo le partió la nariz con el codo
y Kurasaki perdió.

Pero bueno, el resultado es anecdótico.

A la vuelta, los recibimos muy felices.
Tenían nuestro respeto y el de la gente de Muay Thai.

Pero el resto de la gente nos decía que estábamos todos locos.

En ese momento entendimos que si queríamos desarrollar el kyokushin,
ampliar su influencia, teníamos que hacer algunos cambios.

De lo contrario nos manteníamos en
un círculo selecto, muy pequeño.

Comenzamos a experimentar distintas variantes.

Incorporamos el sistema de knock down
pero seguía habiendo demasiada sangre,
demasiada técnica a la cara y muchos K.O.

Entendimos que no iba a funcionar.

Luego del primer Torneo Japonés fuimos al
primer Torneo Mundial del estilo.

Todavía se podía agarrar la cabeza y golpear con la rodilla.

Agarrar las chaquetas y golpear.

Por ejemplo,
se permitía tomar la cabeza para golpear con la rodilla
pero tomando sólo con una mano.

Tampoco funcionó.
El hospital se llenaba después de cada torneo.

Éramos gente inteligente tratando de encontrar la forma.

Sabíamos que lo que estábamos haciendo
era muy bueno como karate kenka, karate callejero.

Y decidimos seguir entrenando en el Dojo sin limitaciones.

Aunque sí, limitando las posibilidades en el kumite deportivo.

Entonces dijimos no más agarres;
no se permite golpear en los genitales ni en las articulaciones;
tampoco en la columna vertebral.

Para medir el poder de nuestra técnica,
empezamos con el tameshiwari:
Seiken tsuki, Shuto uchi, Empi uchi, Sokuto keri.

Se eliminaron todos los ataques con la mano
a la cara y a los puntos vitales.

Mucha gente piensa que lo único que
hacemos en kyokushin es golpearnos.

Y es totalmente erroneo.

Kyokushin es perfecto en kata, en técnica, en kihon.

Tenemos incluso un campeonato mundial específicamente de kata.

Yo mantengo en IFK las reglas que Sosai Oyama me enseñó.

E incorporamos un control médico muy estricto.

Antes y durante la competencia.

En kyokushin, peleamos de cuatro maneras diferentes.

Sin contacto, a marcación, con el sistema WUKO.
La segunda – Clicker – con el método de simple puntuación.
Se lo utiliza con los principiantes
como una introducción al sistema de knock down.
La tercera variante es contacto pleno.
Y por último se pelea kenka, callejero.

E.T.: ¿En la prueba de los cien combates
cuál de estas cuatro variantes tuvo que emplear?
H.S.A.:
No está permitido pegar en la cara o en las piernas.

Pero sí puede hacerlo quien está siendo sometido a la prueba.
En este caso, yo.

Ningún hombre puede aguantar cien combates si le pegan en las piernas.

Piense que enfrenta a cien adversarios frescos,
durante dos minutos y medio cada uno.

Estas son las reglas impuestas por Sosai Oyama,
para la prueba de los cien combates.

E.T.: Me interesaría saber si la experiencia Zen
fue un componente importante en la concepción que el maestro Oyama
tenía del karate y particularmente de kyokushin.
H.S.A.: Sí. Oyama hacía mucho zazen.

Él era muy profundo, muy estricto.

Pasó mucho tiempo solo en la montaña.

Le llevaban comida pero no estaba permitido hablarle.

Estuvo en un aislamiento total del mundo
durante todo ese tiempo.

Tenía un concepto maravilloso de lo que debía ser kyokushin.

Decía que en la vida existen toda clase de obstaculos
y hay que saber cómo enfrentarlos.

No se puede enfrentar un problema desconociendo
la forma de enfrentar los demás.

Yo me alejé del kyokushikai por problemas políticos
pero nunca dejé a Sosai.

Siempre fuimos muy cercanos.

E.T.: ¿Qué mensaje desea dejar al ambiente marcial argentino?
H.S.A.:
Que kyokushin es un estilo maravilloso.
No es simple ni fácil pero nada en la vida es fácil.

Si algo te interesa tienes que trabajar para lograrlo.

A cualquier edad. Entreno gente de ochenta años.
También no videntes.
Le he enseñado a gente con polio.

Si esta entrenando correctamente,
tiene tantas variantes para ofrecer.

Hay que entrenarlo, trabajarlo mucho e interiorizarlo.

Si sólo quiere sentirse bien o golpear una bolsa,
puede hacer aerobics o kick boxing.

Una vez que dejas de transpirar no te queda nada.

Pero en el kyokushin que yo enseño
– y lo hago tradicionalmente –
nunca se termina.

Cuando llegue a una edad avanzada
todavía querré hacer kyokushin.

Un poco más suave pero seguiré haciéndolo.

Esto es lo que la rama IFK de kyokushin puede ofrecer.

Pero principalmente, la comunicación mutua.

Fomentar la convivencia.

Y entendernos más allá de qué religión se profesa,
de la condición social o la raza.

Es lo que prometí a Sosai Oyama que continuaría haciendo.

Deseo que los instructores de Argentina
entrenen y difundan un kyokushin fuerte, sano.

Invitamos a los argentinos a que se acerquen.

Podemos enseñarles a desarrollar la mente,
a desarrollar carácter.

Enseñarles como trabajar con el cuerpo.

No tengo derecho a decir que un estilo es mejor que otro.
Cada uno elige lo que quiere.
Me considero afortunado porque trabajé
con todos los estilos y fui premiado como el mejor coach en 1975, en París.

Nunca diré aquel estilo o arte es malo.

Digo que kyokushin es bueno.

Para los practicantes en Argentina
quisiera que continuaran en la búsqueda.

Porque la vida cambia.

Cuando yo empecé karate no había Internet ni telefonía celular.

El mundo cambia y todos avanzamos con esos cambios.

Lo importante es que nunca olvidé de dónde vengo
ni cuáles son mis raíces.

Hoy la gente es diferente.

Nadie entrenaría como nosotros lo hicimos,
es imposible.

Hay excelentes instructores en Argentina
pero es importante que la gente no se conforme con las palabras.

Que utilice su capacidad crítica para encontrar un verdadero maestro.

Una escuela con tradición.