viernes, 31 de octubre de 2008

V



Mahatma Gandhi.


"La no-violencia es la oposición pacífica pero firme,
ante el abuso, la mentira, la injusticia, la agresión, etc."




Nuestra sociedad está enferma de violencia.
Ésta existe -en propor­ciones impensadas hace no tantos años-,
en forma de robos, agresiones físicas, homicidios,
secuestros, abuso sexual, insultos, entre otros.


Los comportamientos agresivos se han vuelto tan comunes
que si bien asustan y preocupan a la mayoría,
difícilmente a esta altura pue­dan asombrar a alguien.
Muchos comienzan a considerar correcto res­ponder a la violencia
con una violencia mayor, ignorando que una vez desencadenada
se ingresa en un círculo inacabable de
"ojo por ojo y diente por diente”',
como una ley fatal de ascenso a los extremos...

Claro que tampoco ''el pacifismo a ultranza"
o la "paz a cual­quier a precio"
como respuesta no-violenta, es la solución.
Una actitud cobarde ante el abuso y la injusticia
y el aceptar mansamen­te el avasallamiento de los legítimos derechos,
también resultan ab­solutamente inaceptables.

Los estudios de la psique y conducta humana afirman
que el instinto agresivo es innato,
y que la influencia del entorno social en que se ha educado la persona
es determinante para que dicha ten­dencia se agudice o pueda ser controlada.
La violencia, entonces, dentro de ciertos límites
es tan natural como inevitable.
La cuestión es ¿qué hacer para controlarla?

El miedo ante el peligro -la inseguridad-, suele paralizarnos.
En tales casos se nos hace muy difícil elaborar
una correcta respuesta no-violenta.
El temor generalmente provoca, o bien la huida,
o bien una respuesta violenta y descontrolada.
Es que no estamos pre­parados para
mirar cara a cara el conflicto.
Carecemos de la elemen­tal capacidad
de resolverlo racionalmente.

"No se puede enseñar la no-violencia al que tiene miedo de morir
y no tiene la energía y el coraje de resistir (...)
La no violencia supone, ante todo, que uno es capaz de combatir,
pero al mismo tiempo decide reprimir conciente y delibera­damente
todo deseo de venganza". (1)

"Al enemigo se le sirve, se lo honra y se lo salva enfrentándo­lo,
y la meta no es la victoria, sino la reconciliación” . (2)


O´Sensei, Morihei Ueshiba.


Los fundadores de las Artes Marciales modernas
buscaron dig­nificar sus métodos de lucha
-sin que por ello perdieran efectividad-,
convirtiéndolos en vías de superación personal y de autocontrol.
El objetivo era canalizar el instinto agresivo hacia un fin superior,
dotando a sus cultores con las virtudes del sabio y del artista,
para dominar las energías destructivas y encauzarlas
hacia fines socialmente útiles.
Dicen los grandes Maestros que en toda pasión destructiva
existe una pasión creadora;
se trata simplemente de vencerse a sí mismo
y orientarse hacia la ley de la belleza.


La violencia sólo es inevitable -utilizada en sus justos límites-,
cuando defendemos una causa justa
-la propia vida o la de los seres queridos, por ejemplo-,
y después de haber agotado todos los me­dios pacíficos.

A decir del Mahatma Gandhi, después de Jesús, el más grande defensor
de la no-violencia activa:
"Mi no-violencia no admite que se huya ante el pe­ligro,
dejando los bienes sin ninguna protección.
No tengo más reme­dio que preferir la violencia
a la actitud de los que huyen por cobar­día”.

¿Cómo podemos entonces ser no violentos
-descartando la cobardía-
y a la vez, capaces de detener una agresión
sin resultar da­ñados y sin causar daño al agresor?

Las Artes de Combate bien entendidas,
se revelan como un ex­celente recurso personal
para detener la violencia,
la agresión y bus­car el entendimiento entre las personas.
Las Artes de Combate nos enseñan la ac­titud correcta:
enfrentar el peligro -con o sin miedo-,
sin odio ni in­tención de aniquilar al otro;
con tranquilidad de espíritu, utilizando las armas de la razón
para hacerle ver su error,
eliminando su des­confianza y hostilidad,
buscando el entendimiento mutuo,
sobre la base de una completa seguridad en
nuestra capacidad técnica y for­taleza espiritual.


(1) Mahatma Gandhi.
(2) Lanza del Vasto.
Ambas notas en Nalda José Santos.
"Artes Marciales Escuelas de Vida".
Editorial "Alas"

IV

-Clickee en la imagen, para ampliar-

En cierta oportunidad,
cubríamos un torneo con un colega.
Allí se produjo uno de esos interminables "break" tan comunes,
huecos insoportables que se dan aún hoy,
cuando -en Argentina- contamos al menos con 40 años de experiencia
en la organización de eventos de Artes de Combate.
Vacíos que, por elementales razones de sa­lud
deberíamos definitivamente erradicar,
evitando así que algún día, de verdad lo digo,
pueda morir de hartazgo, algún espectador en una tribuna,
eventualmente un cronista al borde del tatami, ring o jaula
mientras espera tomar "la" fotografía,
o un competidor, des­pués de horas "precalentando".


No obstante y conforme a aquello de que
"no hay mal que por bien no venga",
con el colega aprovechamos la oportunidad para conversar
(uno hace amigos en los torneos)

Fue entonces cuando él se preguntó qué podíamos
aportar los medios, para contribuir a que las
Artes de Combate se vuelvan aún más masivas.

Debo reconocer que la pregunta me sorprendió;
entendí en ese momento que en realidad jamás
me había planteado la posibilidad de buscar
sistemática y efectivamente que lo fueran.
Y francamente, tengo serias dudas de que sea posible
volver masivas a las Artes de Combate,
sin que pierdan su esencia.
Sinceramente no sé si sería conveniente que lo fueran.

Me parece que otras actividades pueden y deben ser masivas;
el fútbol, por ejemplo, por la búsqueda eminentemente lúdica de su práctica
(cuando ésta se realiza a nivel amateur, por supuesto)
O si se prefiere hacer mención a otros aspectos de vital importan­cia
para el funcionamiento social,
podemos decir que el derecho al trabajo digno,
debe ser masivo;
el derecho a la salud y a la educación deben serlo.
Es decir, los derechos humanos elementales, en ge­neral.

Pero no sé, insisto en esto, si las Artes de Combate deben ser masivas.
Sí creo, estoy convencido, que deben estar democrática­mente abiertas
a todo aquél que sienta "su llamado";
abiertas a que los muchos que deseen incursionar en
una práctica seria y regular de las mismas puedan hacerlo,
recibiendo a cambio una formación idónea y profesional,
para que puedan con el tiempo decidir por ellos mismos
hasta dónde quieren llegar con su práctica,
hasta don­de desean evolucionar.

Las Artes de Combate son disciplinas formativas
que apuntan a provocar, a través del dominio de
técnicas de autodefensa con o sin armas,
un cambio en la estructura moral de la persona­lidad;
o lo que es igual, a vivenciar
una "experiencia espiritual profunda".

Y este objetivo, sabemos,
no se alcanza "fabricando" practicantes.

domingo, 26 de octubre de 2008

III



Las Artes de Combate son hoy una práctica común
en Argen­tina y el mundo.
Se acercan a ellas personas de
todas las edades y condición social.

Es frecuente que psicólogos, psicopedagogos,
mé­dicos y docentes recomienden especialmente su práctica,
a niños y jóvenes, que evidencian inequívocos
síntomas de conductas exage­radamente agresivas,
o a la inversa, netamente pasivas,
en tanto están convencidos que la práctica sistemática
de estas disciplinas elevará en ellos su autoestima
y facilitará así, su integración a un de­terminado
grupo de pertenencia.

Es indudable que las Artes de Combate,
bien enseñadas,
aportan muchos bene­ficios generales para
la salud física y mental de quienes las realizan,
y facilitan la interiorización de valores éticos fun­damentales.

No obstante
¿esto alcanza a explicar el sorprendente éxito
que han logrado desde fines de la Segunda Guerra Mundial
-trascendiendo su cultura de origen-,
a tal punto que varias de ellas fueron posterior­mente
reformuladas al uso de Occidente,
hasta convertirse en depor­tes olímpicos
o con perspectivas concretas de serlo?

Las artes marciales, en Oriente y Occidente
surgieron ligadas a la guerra
–de allí su nombre-,
en épocas en que el hombre de armas enfrentaba
cara a cara a la muerte en el campo de batalla.
Nos estamos refiriendo a tiempos anteriores
a la introducción de las armas de fuego en la contienda bélica.
La lucha cuerpo a cuerpo (con armas y sin ellas)
era la norma, y allí el gue­rrero debía enfrentarse permanentemente
a la posibilidad de matar o de ser muerto.
A tal efecto, paralelamente con las destrezas de orden técni­co,
se volvió necesario dotarlo de un sistema conceptual
que le permitie­ra afrontar equilibradamente,
en el plano espiritual,
esa dramática alter­nativa existencial:
convivir con la muerte.

Del seno de las grandes religiones de Oriente,
sobre todo del budis­mo, del taoísmo, del confucionismo
y más tarde del zen, surgieron, al efecto,
distintos códigos de ética, tal es el caso, entre otros,
del Bushido, Código de honor de los Samurai,
que desde el siglo XII llegó a
constituir la norma ética del pueblo japonés.

En Occidente, en cambio, fue la filosofía griega
su sólido basamento espiritual:
Sócrates, Platón, Aristóteles...

Siglos más tarde, las armas de fuego ocuparon
el centro de la escena en la guerra.
Y las Artes Marciales (tal como se las conocía hasta entonces)
comenzaron a resultar anacrónicas, y se enfrentaron así
a una con­creta posibilidad de extinción.

Sin embargo, en Oriente fueron sus exponentes más lúcidos
quienes propusieron una alternativa tan coherente como necesaria,
que les permi­tió evolucionar y adaptarse a la nueva realidad
y posteriormente a los re­querimientos de
la moderna sociedad democrática.

Los antiguos Maestros de Armas formados en la guerra real,
sabían desde su propia experiencia que
el hombre es esencialmente un animal social,
tal como lo definió con total precisión siglos más tarde,
la escuela antropológica clásica.
Estudios de la psique y de conductas humanas
confirmaron a su tiempo que el instinto agresivo es innato,
y que la in­fluencia del medio social donde
se ha educado la persona es determi­nante
para que dicha tendencia se agudice
o pueda ser controlada.

Entonces -en Oriente-, cuando las Artes Marciales
dejaron de relacio­narse directamente con la guerra,
pasaron a constituir sistemas de educa­ción psicofísica,
basados en la práctica regular de técnicas de autodefen­sa con armas o sin ellas,
orientadas a sublimar la natural agresividad humana,
volcándola hacia el crecimiento interior del individuo
-una expe­riencia espiritual profunda-
y hacia fines socialmente útiles.
Se tornaron, en síntesis, en disciplinas formativas,
que apuntan a producir un cambio en
la estructura moral de la personalidad,
en auténticas escuelas de vida capaces de aportar
especialmente a la educación en valores de los individuos
-ya sean niños, jóvenes o adultos-,
valores que son indis­pensables en la formación
de personas honestas y ciudadanos respon­sables.

Por otra parte, en Occidente las Artes Marciales
iniciaron un curso que las llevó por siglos
hasta su casi completa extinción.
Recién a fines del si­glo XIX, por iniciativa del
Barón Pierre de Coubertin,
fue rescatado el en­foque antropológico del espíritu olímpico,
reformulado para la moder­nidad,
en la declaración de principios de la Carta Olímpica:
"forjar con alegría el cuerpo, la voluntad y el espíritu;
rescatar el valor educativo del buen ejemplo
y respetar los principios éticos fundamentales y universales.
Todo ello, al servicio de un desarrollo
armónico integral del hombre,
en el seno de una sociedad pacífica y
comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana".
En los Juegos de la antigua Grecia,

por primera vez ese tipo humano especial,
el de los atletas desnudos,
exhibió en las distintas modalidades de competencia
las posibilidades ideales del cuerpo,
buscando expre­sarlo hasta el límite de sus capacidades
mediante un entrenamiento rigu­roso,
sistemático y semicientífico,
como por ejemplo en el Pugilato,
la Lucha y el Pancracio (Pankration).
Los Juegos Olímpicos y sus protagonistas,
verdaderos héroes po­pulares,
poseían la extraordinaria capacidad de paralizar
momentáneamente las disputas, rivalidades y guerras,
dando paso al entendimiento entre los pueblos
y al estímulo de la sana competencia.
El logro de tan elevado propósito representa aún hoy
un notable triunfo del espíritu
-esa cualidad esencialmente humana-,
que ha sido posible, curiosamen­te,
por la influencia y gravitación social de estos hombres
que forjaban su cuerpo como un formidable instrumento de muerte.
Con la ocupación romana de Grecia,
los Juegos se continuaron en el circo
como un mero en­tretenimiento sangriento.

Es complejo definir la actualidad de las Artes Marciales,
ya que tanto aquéllas cuyo origen se remonta
a la antigua tradición marcial oriental
(Judo, Taekwondo, Karate, Wushu, Muay Thai)
como asimismo, a las vi­riles y muy efectivas disciplinas
que descollaban por su contundencia en los
Juegos Olímpicos de la antigua Grecia
(Pugilato, hoy Box; Lucha, hoy Wrestling;
Pankration, hoy Vale Todo)
han sido desde fines del siglo XIX
y a lo largo del siglo XX, moldeadas
-y decididamente influidas-
por “la mano de Occidente".

Y han sido reformuladas sobre bases estricta­mente científicas
y convertidas en los actuales deportes de combate,
apreciados por TV a escala planetaria,
disputados en colosales estadios o
salones VIP de lujosos hoteles,
sobre tatami, ring, o en una jaula.

No obstante, menos extendida, subterránea, subsiste
-nos gratifica decirlo-,
principalmente en sus lugares de origen,
una práctica tradicional
-podríamos llamarla, contundente-,
y una difusión ética y formativa de
las Artes Marciales tradicionales y modernas.

miércoles, 22 de octubre de 2008

II .- LAS ARTES DE COMBATE Y LOS NIÑOS: Una Ética para Crecer


Lic. María Julia Vernieri.

LAS ARTES DE COMBATE Y LOS NIÑOS:
Una Ética para Crecer

Una entrevista de Claudio Veiga
a la Lic. María Julia Vernieri (*)


CNA: ¿Cree usted que la práctica de artes de combate
es siempre positiva para los niños y adolescentes?

Como en todo, depende principalmente de la calidad del maestro
o la maestra con quien los chicos practiquen.

En cualquier experiencia de enseñanza-aprendizaje el docente
tiene una importancia fundamental.

Sólo él puede convertir la clase en una experiencia significativa,
en la que aprender a ser una buena persona,
utilizar bien los recursos, producir cambios positivos y verdaderos en la conducta,
se convierta en una realidad;
o puede ser un espacio que no tenga sentido,
al que se va sólo porque los padres obligan a hacerlo
o por una inercia relacionada con la rutina cotidiana.

Incluso puede ser totalmente contraproducente cuando los chicos
en lugar de encontrar un lugar donde los valorizan y
los consideran como personas con sus fortalezas y debilidades,
se encuentran con profesores que solamente les exigen una técnica,
que buscan más el rédito personal o el de su escuela que el bien de los chicos,
que le bajan su autoestima porque no toman en cuenta sus verdaderas posibilidades,
que los comparan continuamente con otros,
que no comprenden ni conocen la edad evolutiva
por la que están atravesando y
no utilizan estrategias adecuadas para su edad.

Pero hay muchos buenos maestros y la práctica de las artes de combate
es verdaderamente positiva para muchos niños y adolescentes
que día á día crecen saludables, aprendiendo a controlar sus impulsos
y canalizando la agresividad natural en forma sana,
evitando que degenere en una violencia inmanejable.


CNA: ¿Cómo entiende usted que
se puede diferenciar a estos profesores?


Bueno, creo que es indiscutible que siempre hay
maestros más capaces que otros y que esto
se hace evidente en la cotidianeidad de cada escuela
y de cada clase.

Ya sea ésta una clase de artes de combate,
de pintura, matemática, etc.

El indicador sin duda más efectivo para darse cuenta
son los mismos chicos:
cuando los chicos van contentos, vuelven de las clases de buen humor,
se los observa menos ansiosos y más reflexivos y además,
progresan en su técnica podemos pensar
que hemos encontrado al maestro adecuado.

Creo que hay distintas variables a tener en cuenta.

Por ejemplo hay cualidades personales que tendrían
que ser inherentes a la condición de maestro,
como la tolerancia, la paciencia, la flexibilidad, la responsabilidad,
la capacidad de escucha, de empatía, el compromiso personal,
el optimismo, el sentido de justicia y la humildad.

Pero además de estas cualidades personales es fundamental
la formación docente: la pedagogía y la didáctica.

No toda persona, mas allá de lo excelente que sea técnicamente,
o lo mucho que le gusten los niños,
está en condiciones de transmitir o comunicar en forma idónea
ese conocimiento o técnica.

Los chicos, tanto como los adolescentes,
necesitan de métodos especiales que dependen exclusivamente
de sus características evolutivas, sus necesidades, y del caudal
de experiencias que traen a las clases.

No es lo mismo enseñar a un niño, a un adolescente, o a un adulto.
Y no es lo mismo enseñar a un niño de cuatro o cinco años
que a uno de ocho u nueve.

Cada edad tiene sus propias necesidades y sus propias posibilidades
en relación a los resultados que se propone el docente.

Si la persona que quiere enseñar no toma en cuenta esto
y no busca consciente y sistemáticamente la mejor estrategia,
los mejores medios, la mejor manera de llegar a sus alumnos,
por más que sepa mucho de su disciplina no va a
lograr su objetivo y además posiblemente excluya a los chicos
de ese aprendizaje en lugar de promoverlo.

Por eso es fundamental la formación docente
para cualquier profesional que desee enseñar algo a otro,
sobre todo a niños y adolescentes, porque sólo esta formación
es la que le permite al maestro actualizarse continuamente,
conocer el perfil de los chicos de determinada edad,
conocer como piensan, como actúan, cuáles son sus preferencias,
a qué juegan habitualmente, que pueden aceptar y que no,
que pueden internalizar y que no,
que es esperable que logren y que no...

Para darte un ejemplo: puede haber un excelente maestro,
perfecto en su técnica y que sienta que le gusta mucho estar con los chicos.

Pero no tiene el conocimiento de las características
evolutivas del grupo de los más pequeños y pretende
que los chicos se queden callados durante toda la clase,
o que se queden períodos largos de tiempo sentados
mirando a un compañero.

Evidentemente este aprendizaje, el del silencio y el del
control del movimiento corporal, es un aprendizaje paulatino
que no es posible lograr desde un principio a la edad de
cinco, seis, siete años... entonces,
y en el mejor de los casos, lo más probable es que el chico se canse y pida
a los padres que no lo envíen más.

Pero también puede ocurrir que sin alcanzar a comprender
el porque de su malestar, el niño comience a descargar
en otro sitio todo esa capacidad de movimiento y diálogo
que estuvo reprimiendo durante la clase,
apareciendo como una conducta inadaptada.

Afortunadamente la enseñanza de las artes de combate
está cambiando y cada vez mas maestros van tomando conciencia
de la importancia de su formación y de que no basta con manejar
excelentemente una técnica para poder
enseñarla y producir cambios positivos en los chicos.

Mamá María Julia, con su hijita
María de los Milagros Veiga Vernieri.



CNA: ¿Qué relación encuentra usted entre
las artes de combate y la educación en valores?

Todo proceso de comunicación entre un adulto y un niño
lleva implícito la transmisión y la educación en valores.

No sólo a partir de lo que decimos, sino y fundamentalmente,
a partir de lo que hacemos, transferimos a nuestros chicos como vemos la vida,
que valoramos y que no y colaboramos a que ellos internalicen ideas y conceptos
con los que luego van a ir construyendo su propia escala de valores.

Las clases de arte de combate son fundamentalmente
un proceso de comunicación y cuando están bien administradas
son a mi entender una excelente oportunidad para que los chicos
hagan propias habilidades sociales que luego le permitan
construir una escala de valores que le abra la puerta a
una vida más significativa y a una mejor convivencia con quienes los rodean.

Una clase de artes de combate cuando está bien manejada
permite y favorece el autoconocimiento y es sólo a partir del
conocimiento de uno mismo y de entender que uno tiene fortalezas,
pero también debilidades, que se puede llegar a entender
lo que significa realmente ser humano y entonces perdonar
las debilidades de los otros y aceptar sus fortalezas.

Por otra parte hay que tener en cuenta que las artes de combate
entienden la agresividad como un instinto natural,
común a todos los hombres y proponen una forma
creativa y sana de encausarla y que es también,
a partir del autoconocimiento que se pueden entender y
luego manejar las propias reacciones.

Una clase de artes de combate puede ser un lugar especial
para aprender a escuchar activamente y
sólo aprendiendo a escuchar activamente
se puede construir luego el valor del respeto.

En las clase de artes de combate se puede promover
la empatía entre los discípulos y sólo un niño que aprende
en forma sistemática a ser empático puede construir
el día de mañana el valor de la solidaridad.



CNA ¿Cree usted que hay determinadas artes de combate
que son más recomendables para una edad que para otra?


Yo no diría que unas son más recomendables que otras,
sino que tienen características distintas y que los padres
cuando acompañan a sus hijos y toman la decisión de
comenzar a practicar cualquiera de ellas,
tienen que conocer cuales son esas características y que consecuencias
puede traer ese aprendizaje para sus hijos.

Las podemos clasificar en artes:

* De golpes traumáticos (Stricking), como el Box, Muay Thai, Taekwondo, Karate, Kung fu, etc.


* De lucha (fighting), como el Judo, el Jiu Jitsu, la Luta Livre, etc.

* Combinada, como el Vale Tudo recreativo.

Cuando la elección es un arte de combate cuya técnica
incluye golpes traumáticos, los padres deben ser conscientes que es seguro
que se afianzará en la memoria refleja del niño y preadolescente,
el acto de golpear.

Y esto, por su puesto debe educarse.

Para eso es imprescindible un docente capaz y preparado.

La presencia de éste acto reflejo, si bien controlado,
puede aparecer con menores consecuencias en 
una etapa evolutiva psicológica posterior.

No obstante, en los casos que las disciplinas del primer grupo
sean practicadas por niños, debería centrarse el aprendizaje
en aquellos aspectos, como las Formas
-parar citar solo un ejemplo entre todas las posibilidades-,
que no tienen en el intercambio de golpes,
el principal componente.

Los niños, no deben intercambiar golpes traumáticos.

Ni siquiera con protecciones.

Pueden, en algunos casos, "dibujar" el golpe,
sin llegar jamás, al contacto.


CNA: Para finalizar ¿que desea agregar?


Simplemente destacar una vez más la importancia
que tiene un buen maestro en la vida de las personas.

Hay maestros que vamos a recordar siempre;
recordaremos sus palabras, sus actos, lo que él nos transmitía.

Aún siendo mayores su recuerdo nos llena de alegría,
optimismo y esperanza.

Seguramente esos maestros nos han permitido
sentirnos personas únicas, irremplazables y valiosas
y aceptándonos con nuestros logros y nuestros defectos,
han logrado que mejoremos nuestra propia "marca personal"
y encontremos a partir de sus enseñanzas
una mejor manera de vivir nuestras vidas.

Y seguramente también, esos maestros son aquellos que
con humildad han aceptado que no lo saben todo,
que es importante capacitarse y actualizarse
y que siempre hay algo nuevo por aprender.



(*) María Julia Vernieri es Licenciada en Psicopedagogía,
egresada de la Universidad del Salvador.



Es autora entre otras obras de:

- Artes de Combate una Ética Para Ser (Editorial Kier)
- Adolescencia y Autoestima (Editorial Bonum)
- Convivencia (Editorial Troquel)
- Violencia y Agresividad en la Escuela (Editorial Adrograf)
- AVC Aprendizaje en Valores y Convivencia (Editorial San Nicolás)
- Violencia en la Escuela ¿Se Puede Hacer Algo? (en preparación)