domingo, 26 de octubre de 2008

III



Las Artes de Combate son hoy una práctica común
en Argen­tina y el mundo.
Se acercan a ellas personas de
todas las edades y condición social.

Es frecuente que psicólogos, psicopedagogos,
mé­dicos y docentes recomienden especialmente su práctica,
a niños y jóvenes, que evidencian inequívocos
síntomas de conductas exage­radamente agresivas,
o a la inversa, netamente pasivas,
en tanto están convencidos que la práctica sistemática
de estas disciplinas elevará en ellos su autoestima
y facilitará así, su integración a un de­terminado
grupo de pertenencia.

Es indudable que las Artes de Combate,
bien enseñadas,
aportan muchos bene­ficios generales para
la salud física y mental de quienes las realizan,
y facilitan la interiorización de valores éticos fun­damentales.

No obstante
¿esto alcanza a explicar el sorprendente éxito
que han logrado desde fines de la Segunda Guerra Mundial
-trascendiendo su cultura de origen-,
a tal punto que varias de ellas fueron posterior­mente
reformuladas al uso de Occidente,
hasta convertirse en depor­tes olímpicos
o con perspectivas concretas de serlo?

Las artes marciales, en Oriente y Occidente
surgieron ligadas a la guerra
–de allí su nombre-,
en épocas en que el hombre de armas enfrentaba
cara a cara a la muerte en el campo de batalla.
Nos estamos refiriendo a tiempos anteriores
a la introducción de las armas de fuego en la contienda bélica.
La lucha cuerpo a cuerpo (con armas y sin ellas)
era la norma, y allí el gue­rrero debía enfrentarse permanentemente
a la posibilidad de matar o de ser muerto.
A tal efecto, paralelamente con las destrezas de orden técni­co,
se volvió necesario dotarlo de un sistema conceptual
que le permitie­ra afrontar equilibradamente,
en el plano espiritual,
esa dramática alter­nativa existencial:
convivir con la muerte.

Del seno de las grandes religiones de Oriente,
sobre todo del budis­mo, del taoísmo, del confucionismo
y más tarde del zen, surgieron, al efecto,
distintos códigos de ética, tal es el caso, entre otros,
del Bushido, Código de honor de los Samurai,
que desde el siglo XII llegó a
constituir la norma ética del pueblo japonés.

En Occidente, en cambio, fue la filosofía griega
su sólido basamento espiritual:
Sócrates, Platón, Aristóteles...

Siglos más tarde, las armas de fuego ocuparon
el centro de la escena en la guerra.
Y las Artes Marciales (tal como se las conocía hasta entonces)
comenzaron a resultar anacrónicas, y se enfrentaron así
a una con­creta posibilidad de extinción.

Sin embargo, en Oriente fueron sus exponentes más lúcidos
quienes propusieron una alternativa tan coherente como necesaria,
que les permi­tió evolucionar y adaptarse a la nueva realidad
y posteriormente a los re­querimientos de
la moderna sociedad democrática.

Los antiguos Maestros de Armas formados en la guerra real,
sabían desde su propia experiencia que
el hombre es esencialmente un animal social,
tal como lo definió con total precisión siglos más tarde,
la escuela antropológica clásica.
Estudios de la psique y de conductas humanas
confirmaron a su tiempo que el instinto agresivo es innato,
y que la in­fluencia del medio social donde
se ha educado la persona es determi­nante
para que dicha tendencia se agudice
o pueda ser controlada.

Entonces -en Oriente-, cuando las Artes Marciales
dejaron de relacio­narse directamente con la guerra,
pasaron a constituir sistemas de educa­ción psicofísica,
basados en la práctica regular de técnicas de autodefen­sa con armas o sin ellas,
orientadas a sublimar la natural agresividad humana,
volcándola hacia el crecimiento interior del individuo
-una expe­riencia espiritual profunda-
y hacia fines socialmente útiles.
Se tornaron, en síntesis, en disciplinas formativas,
que apuntan a producir un cambio en
la estructura moral de la personalidad,
en auténticas escuelas de vida capaces de aportar
especialmente a la educación en valores de los individuos
-ya sean niños, jóvenes o adultos-,
valores que son indis­pensables en la formación
de personas honestas y ciudadanos respon­sables.

Por otra parte, en Occidente las Artes Marciales
iniciaron un curso que las llevó por siglos
hasta su casi completa extinción.
Recién a fines del si­glo XIX, por iniciativa del
Barón Pierre de Coubertin,
fue rescatado el en­foque antropológico del espíritu olímpico,
reformulado para la moder­nidad,
en la declaración de principios de la Carta Olímpica:
"forjar con alegría el cuerpo, la voluntad y el espíritu;
rescatar el valor educativo del buen ejemplo
y respetar los principios éticos fundamentales y universales.
Todo ello, al servicio de un desarrollo
armónico integral del hombre,
en el seno de una sociedad pacífica y
comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana".
En los Juegos de la antigua Grecia,

por primera vez ese tipo humano especial,
el de los atletas desnudos,
exhibió en las distintas modalidades de competencia
las posibilidades ideales del cuerpo,
buscando expre­sarlo hasta el límite de sus capacidades
mediante un entrenamiento rigu­roso,
sistemático y semicientífico,
como por ejemplo en el Pugilato,
la Lucha y el Pancracio (Pankration).
Los Juegos Olímpicos y sus protagonistas,
verdaderos héroes po­pulares,
poseían la extraordinaria capacidad de paralizar
momentáneamente las disputas, rivalidades y guerras,
dando paso al entendimiento entre los pueblos
y al estímulo de la sana competencia.
El logro de tan elevado propósito representa aún hoy
un notable triunfo del espíritu
-esa cualidad esencialmente humana-,
que ha sido posible, curiosamen­te,
por la influencia y gravitación social de estos hombres
que forjaban su cuerpo como un formidable instrumento de muerte.
Con la ocupación romana de Grecia,
los Juegos se continuaron en el circo
como un mero en­tretenimiento sangriento.

Es complejo definir la actualidad de las Artes Marciales,
ya que tanto aquéllas cuyo origen se remonta
a la antigua tradición marcial oriental
(Judo, Taekwondo, Karate, Wushu, Muay Thai)
como asimismo, a las vi­riles y muy efectivas disciplinas
que descollaban por su contundencia en los
Juegos Olímpicos de la antigua Grecia
(Pugilato, hoy Box; Lucha, hoy Wrestling;
Pankration, hoy Vale Todo)
han sido desde fines del siglo XIX
y a lo largo del siglo XX, moldeadas
-y decididamente influidas-
por “la mano de Occidente".

Y han sido reformuladas sobre bases estricta­mente científicas
y convertidas en los actuales deportes de combate,
apreciados por TV a escala planetaria,
disputados en colosales estadios o
salones VIP de lujosos hoteles,
sobre tatami, ring, o en una jaula.

No obstante, menos extendida, subterránea, subsiste
-nos gratifica decirlo-,
principalmente en sus lugares de origen,
una práctica tradicional
-podríamos llamarla, contundente-,
y una difusión ética y formativa de
las Artes Marciales tradicionales y modernas.

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