lunes, 17 de noviembre de 2008

VIII


Difícilmente alguien niegue que
las Artes Marciales Tradicionales
son discipli­nas formativas;
sistemas de educación psicofísica basados
en técni­cas de autodefensa con o sin armas.

Un camino para alcanzar una experiencia espiritual profunda
que logre provocar a través de la práctica sistemática y constante,
un cambio en la estructura moral de la personalidad.


En general, esto es aceptado por todos,
y por supuesto que mu­chas veces es así.
Muchas veces, no siempre.

Quienes desde hace muchos años
las practicamos y difundimos, lo sabemos.
Quizás exis­ten tantas motivaciones para practicarlas,
como practicantes hay.


-Box Olímpico-

Paralelamente, esos mismos practicantes
-muchos de ellos Instructores y Maestros-
y la casi totalidad de un público absolutamente profano,
no dudan en afirmar que los Deportes de Combate son
(y sólo pueden ser),
"nada más que golpes".

-Light Contact-

Sin embargo, esta definición es sumamente injusta.
Quienes desde hace muchos años los
practicamos y difundimos, lo sabemos.

Suele asimilarse a los Deportes de Combate
(tales como el Boxeo occidental, Full Contact,
Kick Boxing, Taiboxing y Vale Todo),
exclusivamente con su versión profesional:
atletas -verdaderos gla­diadores del knock out-,
sobre un ring o enjaulados,
castigándose sin más restricciones que las
estrictamente impuestas por cada reglamento.

-Muay Thai Amatheur-
Esta -errónea y seguramente interesada- mirada
de los Deportes de Combate,
evita cuidadosamente mencionar que existen
el Boxeo Olímpico (y el boxeo recreativo
tan extendido en muchísimos Gym);
el Light Contact (técnicamente igual al Full Contact,
aunque no se permite la búsqueda del knock out
y se utiliza una mayor canti­dad de protecciones);
el Muay Thai amateur (que se realiza con pro­tecciones
para la cabeza, tórax, tibias, codos y rodillas,
además de los tradicionales guantes de box)
y el Vale Todo recreativo,
que se practica desde hace años en Argentina,
realizándose periódicamente competen­cias a contacto,
en las que se utiliza una amplia gama de protecciones
que alejan casi totalmente el riesgo de cualquier lesión grave.

Este enfoque parece también desconocer que miles de cultores,
jóvenes y adultos, hombres y mujeres,
los disfrutan a diario como simple práctica recreativa,
orientando sus beneficios hacia el mantenimiento
de la salud física y mental, y la defensa personal.

Creemos por lo tanto,
que de ninguna manera la divisoria de aguas
entre disciplinas formativas y no formativas,
puede pasar por el hecho de trabajar o no a contacto,
toda vez que esa violencia fí­sica pueda ser liberada
por cauces socialrnente controlables,
es decir, ser humanizada.

Como ya hemos dicho otras veces,
la violencia dentro de ciertos límites es tan natural como inevitable.

La cuestión es qué hacer para controlarla.

Sólo se obtienen efectos paradojales cuando se
sueña con domeñar los impulsos agresivos.

Es necesario reconocer su existencia y sus mecanismos
para poder entender qué es realmente la agresividad
y cuáles son las restricciones a la preten­sión de ignorarla.

Los temas de la agresividad e indisciplina,
considerados como conductas peligrosamente frecuentes,
exige un tratamiento especial­mente atento y lúcido
de parte de quienes realizamos y difundimos
idónea y profesionalmente las Artes de Combate,
si queremos aportar nuestro esfuerzo para un enfoque serio del problema.

La conducta humana es siempre, en buena medida,
la expresión de un nexo entre tendencias genéticas y ambientales.

Ningún espe­cialista negará que hay siempre una
influencia genética directa en to­da conducta humana;
pero esto no significa que esta conducta esté genéticamente determinada.

Que los genes se expresen o no, depende del medio,
depende de esa capacidad humana de control
-capacidad que puede llegar a ser muy considerable-
a la que llamamos educación.

El comportamiento humano difiere del comportamiento de otros animales,
por tener una constitución genética mucho más abierta
a las influencias del medio cultural y de la educación.

Precisamente, la elección de una u otra conducta
depende prin­cipalmente de la educación recibida
y de las circunstancias presentes y las vividas desde la infancia.

Los humanos nacemos con muchas predisposicio­nes;
pero no lograremos realizar ninguna de estas conductas
si no somos expuestos a los estímulos externos necesarios
para la trans­formación de esas potencialidades en habilidades.

Es aquí donde la función del Maestro pasa a ser decisiva.

Más exactamente, su capacidad para diferenciar
entre enseñanza y educa­ción, muy especialmente cuando
se trabaja con niños, los que siempre se han de encontrar en una
etapa formativa de la personalidad.

Esto lo expresaba con total erudición
el Maestro Mario Troiano (*),
en relación a las Artes Marciales,
aunque utilizando conceptos perfectamente
aplicables a los deportes de combate:

"La realidad es que unos pocos educan a sus estudiantes
y no me refiero aquí exclusivamente, a las reglas de buena conduc­ta;
aunque se crea que educar y enseñar es la misma cosa.

Educar significa desarrollar facultades físicas y morales,
na­da menos.

Uno puede enseñar un golpe o un bloqueo perfecto,
pero al mismo tiempo, educar su desarrollo y utilización,
tanto para los alumnos que participan en torneos con
las mejores técnicas de competición,
como para aquellos que las podrían utilizar en la defensa personal,
con la insistencia constante en el cumplimiento de los principios éticos
de cada arte como parte fundamental en el aprendizaje.

El entrenamiento cor­poral no debe ser sólo para golpear
con más potencia o patear más alto,
sino para experimentar los logros de una educación física integral.

Un buen instructor instruye fundamentalmen­te con el ejemplo,

las enseñanzas siempre deben estar interco­nectadas con la educación.

En definitiva, las Artes Marciales no son
dis­ciplinas aisladas del contexto social,
económico y cultural en el que tienen lugar,
sino todo lo contrario.

Como herramien­tas al servicio del aprendizaje integral,
requieren de profeso­res altamente capacitados
para transmitirlas sin distorsiones ni alteraciones en sus contenidos,
de modo tal que cumplan su objetivo más elevado:
educar a los alumnos".


Por lo tanto, a estos efectos, los de una búsqueda de
crecimien­to personal y transmisión de una ética,
es decir, a los efectos de edu­car
(en el sentido de iluminar, hacer luz en la oscuridad,
lograr que ese "otro" pueda ver, descubrir, "darse cuenta"),
tan válidas son las Artes Marciales, como los Deportes de Combate.

Seguramente no es casual que en España se refieran a estos últimos,
sencillamente como "Artes Marciales modernas".



(*) El Maestro Mario Troiano, de Argentina,
es 8º Dan de TKD ITF y
el primero que popularizó en nuestro medio
la denominación "deportes de combate",
a través de su programa de TV
"Artes Marciales y Deportes de Combate"

viernes, 7 de noviembre de 2008

VII


¿Cómo referirnos a la técnica en las Artes de Combate,
pero no desde la maestría,
sino simplemente desde el sentido común?

Recuerdo cuando hace muchos años nuestro profesor
nos contaba que su Maestro solía repetir insistentemente:
“Un golpe, una vida".
Y que también explicaba:
"En Karate, no existen mas que uno o dos golpes;
a lo sumo, tres.
Uno, primero, de distracción;
un segun­do golpe de penetración,
y si es necesario,
un tercer golpe para rema­tar al enemigo, ya caído".


Como sabemos, las Artes de Combate son
disciplinas formativas de una personalidad ética
y sus contun­dentes y muy efectivas técnicas de autodefensa,
son el medio de las que se valen.

O Sensei Funakoshi Gichin lo ha expresado con total precisión:
"La correcta comprensión del Karate y de su uso,
es el Karatedo".
Es decir, “la correcta comprensión del karate”, (su técnica)
“y de su uso” (su ética),
“es el Karatedo”.
Bellísima definición, en su absoluta simplicidad.


Las Artes de Combate entonces, van más allá de la técnica,
pe­ro ésta es su instrumento, el medio para alcanzar ese fin superior.
Sin este instrumento
-seamos categóricos-
no hay Artes de Comba­te.

¿Existe una contradicción entre proponer pulir la técnica
hasta convertirla en letal, y a la vez, plantear la práctica
de las Artes de Combate como un camino de vida?




Volvamos por un momento a Gichin Funakoshi.
Vivió hasta los 90 años de edad y sabemos que inició su práctica
con el Maestro Azato, mientras cursaba la escuela primaria.
Muchas veces repitió que en la base de su Karate
estaban Kata (formas) y Makiwara (pos­te de entrenamiento),
sobre la que solía ejecutar 1.000 tsukis (direc­to de puño) diarios.


Tomemos este ejemplo para ilustrar lo que
intentamos decir acerca de la técnica.
Supongamos que Funakoshi Sensei comenzó a
entrenar makiwara a los 13 años de edad y que
continuó haciéndo­lo ininterrumpidamente hasta,
no digamos los 90 años, sino los 65 años de edad,
es decir, durante 52 años.
En dicho lapso, hay apro­ximadamente 19.000 días.
Por lo tanto, Gichin Funakoshi debe ha­ber
ejecutado en su vida no menos de
¡19.000.000! de tsukis, si con­sideramos sólo,
los realizados con su puño hábil.

¿Cuántos tsukis
-no en "el aire", sino "a romper",
con total con­centración y potencia-
hemos ejecutado desde nuestros inicios en el arte?

¿Cuáles son los métodos de entrenamiento actuales
-que su­puestamente reemplazan satisfactoriamente,
por ejemplo el uso sistemático del makiwara-
que serían no obstante garantía de una efi­cacia total?

Los distintos sistemas de combate han sido estructurados
en fun­ción de una muy particular concepción técnica.
Por lo tanto, si va­riamos los modos de realización de éstas,
es muy posible que este­mos cambiando su sentido,
o para decirlo más claramente,
su apli­cación (utilidad)
Preguntémonos, hoy ¿un tsuki, una vida?


Cuando nos referimos a la eficacia técnica,
queremos destacar su elemento común,
cualquiera sea la disciplina que abordemos:
la máxima aptitud para defender la propia vida.
La capacidad de cau­sar al enemigo un daño terminal,
las consecuencias últimas.
Ilustremos con el ejemplo de Okinawa:

"En el siglo XVII, Japón -el Clan Satsuma- invade la isla
y el "Te", es decir, el arte de combate sin armas
propio de las Ryu Kyu se difunde por toda la isla,
caracterizándose por la ex­traordinaria violencia de sus técnicas,
las que están destina­das a mutilar y matar,
pues se emplean en una verdadera re­sistencia contra el invasor.


Se estimula el uso sistemático de todas las partes del cuerpo.
Se estudian racionalmente toda clase de golpes
y las rodillas, las tibias, los codos, los antebra­zos y la cabeza
se utilizan con tanta frecuencia como los pies y los puños.

Toda la anatomía humana se pone al servicio del combate.

El "Okinawa Te" se caracteriza esencialmente por la búsqueda
de la eficacia absoluta y por el deliberado recha­zo de
toda técnica sofisticada y de difícil aplicación en el combate real.


Se busca el contacto inmediato;
no se pretende la estética sino la muerte.


Generalmente los pies y las manos reemplazan a las armas.

No obstante, también se añade el
empleo marcial de los instrumentos de trabajo.

El nunchaku, por ejemplo, es originalmente un
simple instrumento para desgranar el arroz.

El tonfa, un instrumento agrícola;
el eku-bo, un remo de embarcación” (*)




Afortunadamente son pocas, casi inexistentes,
las posibilidades reales de aplicación
letal de la técnica en la posmoderna sociedad democrática,
aunque mantiene
-lamentablemente, cada vez mayor-
vigencia en el terreno de la autodefensa
(defensa personal real, callejera)

Las Artes de Combate deben también servir a este fin
permitiendo defendernos de personas más fuertes.

Es necesaria una técnica y habilidad espe­cíficas
para lograr nuestro objetivo con "las manos vacías".



A mediados de los 70 quienes nos iniciábamos 
en la práctica del Karatedo, 
discutíamos entre nosotros acerca de cuál podía ser 
la mejor forma de introducirnos en la práctica de 
alguna forma de combate (Kumite) 
en la que pudiéramos medir nuestras capacida­des, 
evitando causar un daño serio a nuestro 
compañero de prácti­ca. 

Estas discusiones habrían de continuar durante mucho tiempo 
y en el mientras tanto, nos conformábamos con practicar, 
entrando a contacto pleno a la zona media, 
en tanto respetábamos rigurosamen­te 
la prohibición de hacer contacto a la cara. 

Sin embargo, casi todos sentíamos por entonces, 
que algo falta­ba; 
que privarnos de atacar a la zona alta, principalmente con puño, 
tomaba nuestro entrenamiento incompleto. 

Además, tampoco nuestro ni­vel técnico de entonces 
ayudaba demasiado, ya que casi ninguno 
estaba en reales condiciones de lanzar con precisión 
un fulminante tsuki al rostro de un rival en movimiento, 
garantizando que sería totalmen­te capaz de frenarlo 
a escasa distancia del blanco, sin riesgo alguno para su humanidad. 

Por lo tanto, en general desistíamos del intento 
y nos limitábamos a propinarnos 
demoledores tsukis y keris a la zona media. 




Años después aparecieron las primeras protecciones,
aquéllas que comenzaron a utilizarse en Full Contact
y más tarde aún, otras mejor adaptadas a las distintas modalidades.

Para Karate por ejem­plo, se creó el indispensable cabezal
con protección frontal,
elabo­rado en material de alta resistencia al impacto,
con acrílico transpa­rente o enrejado,
con suficiente ventilación como para evitar que la
respiración empañe el visor que cubre la cara,
limitando el campo visual y provocando sensación de asfixia.



Esas modernas, livianas y seguras protecciones 
nos permitieron trabajar a contacto utilizando 
una respetable potencia, alejando casi totalmente 
cualquier posibilidad de lesión grave. 




Confrontar más libremente en relación a otro,
pasó a ser una po­sibilidad real,
que hasta entonces no existía,
al menos sin poner en riesgo la integridad física
-y hasta la propia vida-
de quienes se en­frentaban.

Pudimos desde entonces entrenar casi
sin más limitacio­nes que las propias;
hasta podríamos decir que recién entonces
"des­cubrimos" nuestra técnica. 



(*) Camps, Hermenegildo.

"Historia y Filosofía del Karate"
Editorial Alas. Barcelona. España.


lunes, 3 de noviembre de 2008

VI




En julio de 1983, mi padre murió.
Él había integrado durante muchos años la Secretaría de Informaciones de Estado.
Fue velado, como sus pares, con los honores de rigor.


El día del funeral, cuando llegué al lugar y me acerqué a verlo,
pude observar el contraste entre el estupendo féretro,
la suntuosidad del entorno,
y la absoluta sencillez de un rostro visiblemente consumido por la enfermedad,
una muy penosa que lo había arra­sado en el último año.

Hasta entonces, aunque gravemente enfermo, había permaneci­do en él,
si bien sumamente debilitado, algo que ahora ya no esta­ba.

Eso que faltaba -la vida misma-, era su KI.
Lo había abandona­do, vuelto al todo.
Tan simple como eso.

Llevaba yo casi 10 años en las Artes de Combate.
Pero fue recién ese día cuando aprehendí que KI es la vida,
que esa ener­gía vital -que nos habita-
hacía la diferencia entre aquél que había sido mi padre,
y ese cuerpo inerte al que ahora yo velaba.


KI

KI no es una fuerza misteriosa que sólo está presente en algunos elegidos.
Sí es cierto, en cambio, que no resulta fácil abordar su estu­dio,
cuando lo hacemos desde una cultura tan distinta de la nuestra,
como es la oriental.


Pensadores de distintas civilizaciones han sabido de la existen­cia
de este principio vital que anima todo lo que existe,
y al que los místicos de la India denominaron "Prana"
y los filósofos chinos, "Chi".
En Occidente, los rosacruces, por ejemplo,
lo llamaron "Prin­cipio Vital Universal",
y Antón Mesmer, "el fluido vital universal".

La medicina homeopática clásica nos habla de la "energía vital",
una fuerza suficiente para determinar que eso que es materia, sea vi­da.
"Sin esta fuerza vital el organismo se entrega a la
propia poten­cialidad del universo y aparece entonces la putrefacción,
la desinte­gración de lo que hasta entonces estaba vivo".


YIN - YANG

Para la medicina oriental el cuerpo humano
es "energía estruc­turada", animada por una "fuerza vital"
que actúa a través de dos opuestos complementarios
que se equilibran: Yin y Yang.


Esta "energía vital" anima y activa todos los órganos del cuer­po,
circulando a través de meridianos.
Si no encuentran trabas, en­tonces Yin y Yang
permanecen en equilibrio y el cuerpo conserva la salud.
Cuando estos opuestos complementarios se desequilibran,
el sistema inmunológico se debilita y sobreviene la enfermedad.

Los desequilibrios de Yin y Yang pueden producirse
por mala alimentación, descanso insuficiente
y por distintos estados anímicos:
miedo, estrés, entre otros.


O SENSEI UESHIBA MORIHEI
Y SENSEI TOHEI KOICHI.

El Maestro Tohei Koichi aporta el siguiente ejemplo:
la batería de un coche permanece cargada cuando
el vehículo rueda frecuentemente.
Cuando esto no sucede la batería se descarga.
Pasa lo mis­mo con el KI que consumimos
durante las actividades diarias,
que es reemplazado fundamentalmente por el KI del universo.
Así como una batería debe ser periódicamente recargada,
lo mismo sucede con el KI personal,
cuya renovación completa por KI del universo,
tiene lugar a través cerebro durante el sueño profundo,
cuando nos relajamos por completo.


Ese flujo y reflujo constante entre nuestro KI y el KI del univer­so,
es la esencia de la vida.
Cuando ese ida y vuelta se interrumpe definitivamente,
es la muerte.

BUDO

O Sensei Ueshiba Morihei hacía hincapié en
la necesidad de al­canzar la armonía psicosomática,
si se pretendía descubrir el KI y utilizarlo,
particularmente en el Budo.
El pensamiento, las palabras, los actos,
la postura, la respiración, la actitud,
entre otros, debían ser Uno.
La calidad del KI dependería de la interrelación de estos fac­tores,
porque KI es la fuerza que resulta
de unir cuerpo y mente.

HARA

Para los japoneses, el asiento del KI reside en el Hara,
el vientre, centro de gravedad del cuerpo humano;
un punto que se encuentra situado unos 4 centímetros
por debajo del ombligo.
Éste tiene para ellos tal importancia,
que lo consideran un segundo cere­bro.
El cuerpo y la mente se unifican en ese punto.
El KI se irradia desde el Hara.
Todas las energías musculares, nerviosas, psíquicas e instintivas
convergen en el Hara.
Allí está el origen de todo movimiento
y el centro de todo el ser.


El dominio del centro es primordial en las Artes Marciales:
uni­ficar cuerpo y mente,
concentrar todas las energías en el Hara,
y desde ese punto, proyectar el movimiento.


KIAI

En las Artes del Budo,
KI se exterioriza lanzando, en el mo­mento de la acción,
un grito primario y visceral
(gutural-abdominal, desde el Hara),
breve y potente, llamado KIAI.


El KIAI ayuda a concentrar la energía;
el KI, en un instante y una acción.
También logra frecuentemente, paralizar al adversario,
inhibiendo transitoriamente sus facultades mentales
y por lo tanto, su capacidad de respuesta.

Es a través del KIAI y de la técnica,
que aplicamos el poder energético del KI.