viernes, 7 de noviembre de 2008

VII


¿Cómo referirnos a la técnica en las Artes de Combate,
pero no desde la maestría,
sino simplemente desde el sentido común?

Recuerdo cuando hace muchos años nuestro profesor
nos contaba que su Maestro solía repetir insistentemente:
“Un golpe, una vida".
Y que también explicaba:
"En Karate, no existen mas que uno o dos golpes;
a lo sumo, tres.
Uno, primero, de distracción;
un segun­do golpe de penetración,
y si es necesario,
un tercer golpe para rema­tar al enemigo, ya caído".


Como sabemos, las Artes de Combate son
disciplinas formativas de una personalidad ética
y sus contun­dentes y muy efectivas técnicas de autodefensa,
son el medio de las que se valen.

O Sensei Funakoshi Gichin lo ha expresado con total precisión:
"La correcta comprensión del Karate y de su uso,
es el Karatedo".
Es decir, “la correcta comprensión del karate”, (su técnica)
“y de su uso” (su ética),
“es el Karatedo”.
Bellísima definición, en su absoluta simplicidad.


Las Artes de Combate entonces, van más allá de la técnica,
pe­ro ésta es su instrumento, el medio para alcanzar ese fin superior.
Sin este instrumento
-seamos categóricos-
no hay Artes de Comba­te.

¿Existe una contradicción entre proponer pulir la técnica
hasta convertirla en letal, y a la vez, plantear la práctica
de las Artes de Combate como un camino de vida?




Volvamos por un momento a Gichin Funakoshi.
Vivió hasta los 90 años de edad y sabemos que inició su práctica
con el Maestro Azato, mientras cursaba la escuela primaria.
Muchas veces repitió que en la base de su Karate
estaban Kata (formas) y Makiwara (pos­te de entrenamiento),
sobre la que solía ejecutar 1.000 tsukis (direc­to de puño) diarios.


Tomemos este ejemplo para ilustrar lo que
intentamos decir acerca de la técnica.
Supongamos que Funakoshi Sensei comenzó a
entrenar makiwara a los 13 años de edad y que
continuó haciéndo­lo ininterrumpidamente hasta,
no digamos los 90 años, sino los 65 años de edad,
es decir, durante 52 años.
En dicho lapso, hay apro­ximadamente 19.000 días.
Por lo tanto, Gichin Funakoshi debe ha­ber
ejecutado en su vida no menos de
¡19.000.000! de tsukis, si con­sideramos sólo,
los realizados con su puño hábil.

¿Cuántos tsukis
-no en "el aire", sino "a romper",
con total con­centración y potencia-
hemos ejecutado desde nuestros inicios en el arte?

¿Cuáles son los métodos de entrenamiento actuales
-que su­puestamente reemplazan satisfactoriamente,
por ejemplo el uso sistemático del makiwara-
que serían no obstante garantía de una efi­cacia total?

Los distintos sistemas de combate han sido estructurados
en fun­ción de una muy particular concepción técnica.
Por lo tanto, si va­riamos los modos de realización de éstas,
es muy posible que este­mos cambiando su sentido,
o para decirlo más claramente,
su apli­cación (utilidad)
Preguntémonos, hoy ¿un tsuki, una vida?


Cuando nos referimos a la eficacia técnica,
queremos destacar su elemento común,
cualquiera sea la disciplina que abordemos:
la máxima aptitud para defender la propia vida.
La capacidad de cau­sar al enemigo un daño terminal,
las consecuencias últimas.
Ilustremos con el ejemplo de Okinawa:

"En el siglo XVII, Japón -el Clan Satsuma- invade la isla
y el "Te", es decir, el arte de combate sin armas
propio de las Ryu Kyu se difunde por toda la isla,
caracterizándose por la ex­traordinaria violencia de sus técnicas,
las que están destina­das a mutilar y matar,
pues se emplean en una verdadera re­sistencia contra el invasor.


Se estimula el uso sistemático de todas las partes del cuerpo.
Se estudian racionalmente toda clase de golpes
y las rodillas, las tibias, los codos, los antebra­zos y la cabeza
se utilizan con tanta frecuencia como los pies y los puños.

Toda la anatomía humana se pone al servicio del combate.

El "Okinawa Te" se caracteriza esencialmente por la búsqueda
de la eficacia absoluta y por el deliberado recha­zo de
toda técnica sofisticada y de difícil aplicación en el combate real.


Se busca el contacto inmediato;
no se pretende la estética sino la muerte.


Generalmente los pies y las manos reemplazan a las armas.

No obstante, también se añade el
empleo marcial de los instrumentos de trabajo.

El nunchaku, por ejemplo, es originalmente un
simple instrumento para desgranar el arroz.

El tonfa, un instrumento agrícola;
el eku-bo, un remo de embarcación” (*)




Afortunadamente son pocas, casi inexistentes,
las posibilidades reales de aplicación
letal de la técnica en la posmoderna sociedad democrática,
aunque mantiene
-lamentablemente, cada vez mayor-
vigencia en el terreno de la autodefensa
(defensa personal real, callejera)

Las Artes de Combate deben también servir a este fin
permitiendo defendernos de personas más fuertes.

Es necesaria una técnica y habilidad espe­cíficas
para lograr nuestro objetivo con "las manos vacías".



A mediados de los 70 quienes nos iniciábamos 
en la práctica del Karatedo, 
discutíamos entre nosotros acerca de cuál podía ser 
la mejor forma de introducirnos en la práctica de 
alguna forma de combate (Kumite) 
en la que pudiéramos medir nuestras capacida­des, 
evitando causar un daño serio a nuestro 
compañero de prácti­ca. 

Estas discusiones habrían de continuar durante mucho tiempo 
y en el mientras tanto, nos conformábamos con practicar, 
entrando a contacto pleno a la zona media, 
en tanto respetábamos rigurosamen­te 
la prohibición de hacer contacto a la cara. 

Sin embargo, casi todos sentíamos por entonces, 
que algo falta­ba; 
que privarnos de atacar a la zona alta, principalmente con puño, 
tomaba nuestro entrenamiento incompleto. 

Además, tampoco nuestro ni­vel técnico de entonces 
ayudaba demasiado, ya que casi ninguno 
estaba en reales condiciones de lanzar con precisión 
un fulminante tsuki al rostro de un rival en movimiento, 
garantizando que sería totalmen­te capaz de frenarlo 
a escasa distancia del blanco, sin riesgo alguno para su humanidad. 

Por lo tanto, en general desistíamos del intento 
y nos limitábamos a propinarnos 
demoledores tsukis y keris a la zona media. 




Años después aparecieron las primeras protecciones,
aquéllas que comenzaron a utilizarse en Full Contact
y más tarde aún, otras mejor adaptadas a las distintas modalidades.

Para Karate por ejem­plo, se creó el indispensable cabezal
con protección frontal,
elabo­rado en material de alta resistencia al impacto,
con acrílico transpa­rente o enrejado,
con suficiente ventilación como para evitar que la
respiración empañe el visor que cubre la cara,
limitando el campo visual y provocando sensación de asfixia.



Esas modernas, livianas y seguras protecciones 
nos permitieron trabajar a contacto utilizando 
una respetable potencia, alejando casi totalmente 
cualquier posibilidad de lesión grave. 




Confrontar más libremente en relación a otro,
pasó a ser una po­sibilidad real,
que hasta entonces no existía,
al menos sin poner en riesgo la integridad física
-y hasta la propia vida-
de quienes se en­frentaban.

Pudimos desde entonces entrenar casi
sin más limitacio­nes que las propias;
hasta podríamos decir que recién entonces
"des­cubrimos" nuestra técnica. 



(*) Camps, Hermenegildo.

"Historia y Filosofía del Karate"
Editorial Alas. Barcelona. España.


No hay comentarios: