miércoles, 1 de enero de 2020



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Desde el comienzo de la historia de su pensamiento, los europeos han basculado de una concepción del mundo a otra, sintetizando rara vez. 
Por una parte estaba Dios, o los dioses, con su acompañamiento de coros sobrenaturales de ángeles, espíritus, demiurgos, entelequias y similares; por otra parte estaban los átomos y el vacío. 
El espiritualismo teológico y el materialismo mecánico mantenían una guerra perpetua. 
El primer componente procedía, sin duda, de Israel y las antiguas civilizaciones de Egipto y Babilonia; el último era en su mayor parte producto del audaz pensamiento griego. 
Hasta la época de Leibniz y posteriormente no hubo ningún intento serio de reconciliar esta divergencia, y hasta nuestros días no se ha alcanzado ningún éxito importante.
Sin embargo, hay que reconocer abiertamente que la civilización china no participó jamás en esta disyunción del pensamiento. 
El naturalismo orgánico fue la philosophia perennis de China. 
Fundamentalmente, ni los confucianos ni los taoístas utilizaron nunca lo sobrenatural bajo ninguna de sus formas, pero tampoco tuvieron en cuenta la interacción mecánica de los átomos. 
Aunque continuamente se introdujeron teorías atomicistas procedentes de la India y de otras partes, éstas nunca fueron aceptadas de forma permanente.
El pensamiento chino que halló su máxima expresión en el neoconfucianismo del siglo XII d. C., revistió una forma notablemente similar a la concepción del mundo de la ciencia moderna. 
Para la construcción del universo no se necesitaba más que la materia-energía por una parte y la organización (a numerosos niveles de complejidad) por otra. 
El acto único de la creación no se consideraba una noción necesaria.

-UNIDAD Y CONTRADICCIÓN. Pg. 24 y 25. En DENTRO DE LOS CUATRO MARES. El diálogo entre Oriente y Occidente. Joseph Needham. Siglo XXI de España Editores. 1975. ISBN: 84-323-0187-6

Negrita, nuestra.


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