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¿Y en el caso de los niños?
¿De dónde les viene a ellos la excesiva agresividad,
que no pocas veces se expresa en violencia?
Suele decirse desde el psicoanálisis,
"los hijos son el síntoma de los padres".
Esto equivale a decir que son, lo que hacemos de ellos.
Difícilmente un niño querido adecuadamente
sea decididamente agresivo; mucho menos,
habrá de convertirse posteriormente en un ser violento,
en un delincuente o asesino.
En circunstancias normales, es decir,
cuando no existen causas agravantes y facilitadoras,
la conducta descontroladamente agresiva
suele ser una respuesta a la frustración
de la necesidad de afecto, una señal,
una forma de llamar la atención hacia esa necesidad.
crecer y desarrollarse sin desventajas físicas ni mentales.
La exigencia más importante para el logro
de ese crecimiento y desarrollo es la satisfacción
de la necesidad de afecto.
La afectividad frustrada conduce generalmente
a un mal desarrollo,
a una inhabilidad para manejar las emociones;
suele conducir a la violencia.
En cambio, la satisfacción plena de las demandas afectivas
normalmente conduce a un desarrollo saludable,
a la habilidad para amar y a la cooperación,
siendo seguramente ésta,
la forma más humana de disciplina.
pueden contribuir a solucionar eficaz y naturalmente
problemas de conducta en los niños,
tales como la agresividad desmedida y la indisciplina,
pero sólo a condición de restaurar en ellos
(conjuntamente con la familia y, sería deseable, con la escuela)
esa capacidad que todos poseemos en potencia
y a través de la cual aprendemos a convertirnos
en seres humanos: la afectividad.
Y el único medio por el cual los niños
aprenden a ser afectivos, es siendo amados.
Propósito nada sencillo, por cierto,
el de restaurar la afectividad natural bloqueada,
si consideramos que, a pesar de todos los esfuerzos
que realicemos en esa dirección,
estaremos educando en un medio social
generalmente refractario (incluso hostil)
a cualquier manifestación afectiva y de cooperación.
una herencia como una conquista.
Nuestra humanidad depende de nuestra habilidad
para hacernos y formarnos a nosotros mismos,
siendo creadores y no criaturas, de nuestro destino.
Y este camino comienza a transitarse por los afectos,
desde la más temprana infancia.
Sería de suma importancia, por lo tanto,
colocar las Artes de Combate
idóneamente transmitidas y enseñadas,
al servicio de las necesidades de crecimiento
físico y espiritual de los niños,
consolidando así los beneficios reales que
su práctica promueve en ese particular grupo de pertenencia,
considerado como un Grupo Vulnerable que
debe ser objeto de medidas especiales de protección,
para garantizar su normal desarrollo material y espiritual.
considera la niñez en la franja de edades que va
desde el nacimiento hasta los 18 años,
período de tiempo que en Argentina coincide
con la enseñanza primaria y secundaria.
Este camino de aproximadamente 12 años de duración,
permitiría proponer puentes y articular conexiones efectivas,
entre la tarea formativa que deben realizar los
Maestros de Artes de Combate,
con la actividad que el docente realiza en la escuela,
particularmente en relación a las áreas de
formación ética y ciudadana, educación física y educación artística.
También, proponerlos y articularlas,
como ya hemos sugerido en estas líneas,
con la familia.
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