domingo, 21 de diciembre de 2008

IX


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¿Y en el caso de los niños?
¿De dónde les viene a ellos la excesiva agresividad,
que no pocas veces se expresa en violencia?

Suele decirse desde el psicoanálisis,
"los hijos son el síntoma de los padres".

Esto equivale a decir que son, lo que hacemos de ellos.

Difícilmente un niño querido adecuadamente
sea decididamente agresivo; mucho menos,
habrá de convertirse posteriormente en un ser violento,
en un delincuente o asesino.

En circunstancias normales, es decir,
cuando no existen causas agravantes y facilitadoras,
la conducta descontroladamente agresiva
suele ser una respuesta a la frustración
de la necesidad de afecto, una señal,
una forma de llamar la atención hacia esa necesidad.



Es un derecho de nacimiento de cada individuo,
crecer y desa­rrollarse sin desventajas físicas ni mentales.

La exigencia más impor­tante para el logro
de ese crecimiento y desarrollo es la satisfacción
de la necesidad de afecto.

La afectividad frustrada conduce generalmente
a un mal desarrollo,
a una inhabilidad para manejar las emociones;
suele conducir a la violencia.

En cambio, la satisfacción plena de las demandas afectivas
normalmente con­duce a un desarrollo saludable,
a la habilidad para amar y a la coope­ración,
siendo seguramente ésta,
la forma más humana de disciplina.



Sin lugar a dudas, las Artes de Combate
pueden contribuir a solucionar eficaz y naturalmente
problemas de conducta en los ni­ños,
tales como la agresividad desmedida y la indisciplina,
pero sólo a condi­ción de restaurar en ellos
(conjuntamente con la familia y, sería deseable, con la escuela)
esa capacidad que todos poseemos en potencia
y a través de la cual aprendemos a convertirnos
en se­res humanos: la afectividad.

Y el único medio por el cual los niños
aprenden a ser afectivos, es siendo amados.
Propósito nada sencillo, por cierto,
el de restaurar la afectividad natural bloqueada,
si consideramos que, a pesar de todos los esfuerzos
que realicemos en esa dirección,
estaremos educando en un medio social
generalmente refractario (incluso hostil)
a cualquier manifestación afectiva y de cooperación.



Convertirnos en humanos no es tanto
una herencia como una conquista.

Nuestra humanidad depende de nuestra habilidad
para hacernos y formarnos a nosotros mismos,
siendo creadores y no criaturas, de nuestro destino.

Y este camino comienza a transitarse por los afectos,
desde la más temprana infancia.

Sería de suma importancia, por lo tanto,
colocar las Artes de Combate
idóneamente transmitidas y enseñadas,
al servicio de las necesidades de crecimiento
físico y espiritual de los niños,
consolidando así los beneficios reales que
su práctica promueve en ese par­ticular grupo de pertenencia,
considerado como un Grupo Vulnerable que
debe ser objeto de medidas especiales de protección,
para garantizar su normal desarrollo material y espiritual.



La Convención Internacional sobre los Derechos del Niño
consi­dera la niñez en la franja de edades que va
desde el nacimiento hasta los 18 años,
período de tiempo que en Argentina coincide
con la enseñanza primaria y secundaria.

Este camino de aproximadamente 12 años de duración,
permitiría proponer puentes y articular conexiones efectivas,
entre la tarea formativa que deben realizar los
Maestros de Artes de Combate,
con la actividad que el docente realiza en la escuela,
particularmente en relación a las áreas de
formación ética y ciudadana, educación física y educación artística.

También, proponerlos y articularlas,
como ya hemos sugerido en estas líneas,
con la familia.

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