miércoles, 28 de septiembre de 2011

LXXIX

Estimado amigo:

Desde el comienzo intuí que Zazen es poderoso (¿o poderosa?)

Siempre uno puede, en cualquier circunstancia,
elegir sentar y concentrarse en la postura y la respiración.

Hace poco vi un documental del canal
Encuentro del Ministerio de Educación.
Mostraba un futuro a cientos de años en que
gigantescas naves-ciudades llevarían
poblaciones de colonos que se reproducirían en viaje
y llegarían a destino los descendientes
de aquellos que partían de la tierra.

¿Qué conservará el ser humano de su esencia profunda
 -junto a la formidable tecnología-,
en esos probables tiempos?

Quizá ¿Por qué no?, Zazen.
La práctica del Zen.
Imaginé un hombrecito sentado perfecto,
armonizado en la postura y respiración,
de cara a un gran cielo espacial…
Solo, fuerte, sabio, verdaderamente poderoso…
¿religado con Dios?

Zazen es,
como dirían nuestras abuelas,
un auténtico tesoro.
Quizá lo único que tenemos y no nos pueden quitar.
Zen es Zazen, es práctica.
La práctica de la iluminación, del Satori, del despertar.
Del darse cuenta lo que aquí y ahora
es justo y necesario hacer.

Recientemente accedí gracias a mi querido amigo,
el Rev. Ricardo Dokyu, Monje Budista Soto Zen,
a escritos fundamentales de Dogen.
No me alcanzará la vida para agradecer ese descubrimiento.

También tuve oportunidad de conversar mucho
con Sensei Hideo Tsuchiya.

Ambos, cada uno en lo suyo, auténticos sabios,
insisten en lo mismo:
la práctica y la guía de un verdadero maestro.

En Zen, sentar, sentar, sentar…
Y la guía de un maestro.

En Karate, practicar, practicar, practicar…
Y la guía de un maestro.

Amigo mío, maestros en Argentina, son escasos.
Cruel destino el nuestro.
Solo nos queda sentar, sentar, sentar.
Y practicar, practicar, practicar.

Quizá tanta tozuda prepotencia,
nos deje mejor entrenados para una próxima vida… Jajá.
Y entonces podamos cerrar el círculo
de la práctica y de la guía magistral.

No es fácil en soledad, insistir en la práctica.
Yo me reconozco flojo.
Pero vos tenés ese don
para sentar en la intimidad y seguir creciendo.
No lo pierdas.
En el último aliento, será la puerta.
No es poco, para una vida.

Un fuerte abrazo, amigo.

Claudio Veiga,
en Santos Lugares, Conurbano Bonaerense, 
enero de 2011.

Disculpá que no escribí manual.
Pero mi cerebro y mi mano, se comportan ya como dos extraños.

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