Me acuerdo del primer año en el dojo principal de la JKA
donde los
cursillos eran casi inhumanos y que para resistir a tales condiciones
había que
desarrollar una postura e interpretación diferentes de la vida
y llegar a la
aceptación total de la muerte.
Se ha de ser capaz de mantener cierta distancia en los acontecimientos
cotidianos
aunque sea difícil aceptarlos de esta manera.
Verdaderamente haber
pasado por una formación así
le otorga un sello inconfundible al practicante.
Si se llega a una intensidad máxima en el entrenamiento del Karate
la técnica
se funde con el espíritu,
para convertirse de esa manera en karate “puro”.
Se hacen mil Giaku tsuki, mil mae geri, se hacen horas de kumite
y horas de
trabajo por parejas que cambian continuamente
y entonces ocurre que se entra en
otra dimensión de la vida,
la razón y el espíritu vienen y salen de la técnica,
ya no es la persona la que actúa,
ya no es mi persona,
ya no es él, es karate.
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