lunes, 8 de diciembre de 2014

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Me acuerdo del primer año en el dojo principal de la JKA 
donde los cursillos eran casi inhumanos y que para resistir a tales condiciones 
había que desarrollar una postura e interpretación diferentes de la vida
y llegar a la aceptación total de la muerte. 


Se ha de ser capaz de mantener cierta distancia en los acontecimientos cotidianos 
aunque sea difícil aceptarlos de esta manera. 
Verdaderamente haber pasado por una formación así
le otorga un sello inconfundible al practicante. 
Si se llega a una intensidad máxima en el entrenamiento del Karate 
la técnica se funde con el espíritu, 
para convertirse de esa manera en karate “puro”.


Se hacen mil Giaku tsuki, mil mae geri, se hacen horas de kumite 
y horas de trabajo por parejas que cambian continuamente 
y entonces ocurre que se entra en otra dimensión de la vida,
la razón y el espíritu vienen y salen de la técnica, 
ya no es la persona la que actúa, 
ya no es mi persona, 
ya no es él, es karate.



Pero no todo el mundo puede andar ese camino 
y es por esto que la JKA selecciona su personal con todo esmero. 
Nakayama era el responsable de esa selección y son pocos los karatekas 
que tienen acceso a esos cursos especiales para instructores.


Para H.O. un maestro de la JKA no es como cualquier otro profesor. 
Tiene que haber interiorizado la esencia del karate 
para poder transmitirla a aquellos que son dignos de ello, 
de la misma manera en que fue él tiempo atrás.


Texto y fotos Jean Paul Maillet
Revista Cinturón Negro de España


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